Educación en tiempos de Pandemia


Bien podría ser el título de una novela del querido Gabriel García Márquez. Pero no. Es una realidad que nos atraviesa en la actualidad y que no tenemos certeza de hasta cuándo.

Sabemos que la pandemia vino a quedarse y eso nos lleva a repensar nuevamente la educación de nuestros niños, niñas y adolescentes. El aislamiento social, preventivo y obligatorio destinó que su cotidianeidad educativa no se lleve a cabo como acostumbrábamos anteriormente: en las aulas y en la institución.

Sabemos que esto genera en los adultos a cargo un nuevo rol que, sin pensarlo, se lo habíamos destinado totalmente a la institución educativa y ahora, en este contexto que por momentos parece desolador, nos hace posicionarnos en un lugar antes destinado únicamente a los docentes.

Entonces: ¿Cómo se educa?  ¿Cómo educamos en este nuevo escenario?

Podemos pensar y pensar respuestas, pero la realidad es que hoy el contexto de cuarentena, nos obliga a rever prácticas y estrategias relacionadas a la famosa “continuidad pedagógica”. Pero esto ¿de qué se trata?

El hogar se ha trasformado en escuela. En escuela y trabajo. En escuela, trabajo y vida cotidiana. Se convive con  todo esto y más, porque a partir del aislamiento, todo  transcurre en ella. Los vínculos, los miedos, las ansiedades, los juegos, los momentos y también la educación y aprendizaje escolar.

¿Cómo se lleva a cabo esto cuando las familias salen nuevamente al campo laboral? Las que pueden, por supuesto. Sin dejar de mencionar a tantas familias que a consecuencia de dicha pandemia, se han visto obligadas a dejar de trabajar y así perder el sustento que en algún tiempo daba alguna seguridad económica.

¿Cómo lo hacemos? Esto nos lleva a pensar a la educación y al aprendizaje desde otro lugar.

Cuando el querido Paulo Freire mencionaba que “nadie educa a nadie, ni nadie se educa sólo”, nos remite al protagonismo que debemos afrontar ante esto, ya que nos vamos educando en un mismo interjuego, en un aprendizaje colectivo. “Se aprende al enseñar y quien enseña, aprende a aprender”

Esta frase, que parece un juego de palabras, nos lleva a la reflexión de que somos las y los mediadores entre la escuela y nuestros niños, niñas y adolescentes. Enseñar y aprender se produce, se construye, en un mismo marco de trabajo, porque  “el sujeto que enseña, también aprende y el que aprende, también enseña”.

Y esto lo estamos viviendo día a día. Vivenciamos como nuestras nuevas generaciones, que han abrazado las tecnologías casi de nacimiento, nos interpelan en el manejo de redes y demás conocimientos.

Continuar enseñando y continuar aprendiendo son dos caras de una misma moneda a la cual, sin mediar consentimiento alguno, sentimos que se nos ha  impuesto a partir de una situación que nos excede. Y esta situación lejos de ser engorrosa, debería ser una oportunidad de trasformación.

La escuela continúa en el hogar, se continúa aprendiendo todo el tiempo y no sólo desde plataformas virtuales, cuadernillos impresos, videoconferencias. Aprendemos a ser en este mundo de otra manera que es distinta a la que estábamos acostumbrados. Aprendemos todo el tiempo.

La escuela sigue viva, pero los adultos hemos pasado a ocupar ese rol de docente el cual muchos y muchas no tenemos herramientas para hacerlo.

Entonces, la estrategia pasa a ser táctica y la táctica estrategia.

¿Por qué no aprovechar para revalorar y pensar en otra escuela? ¿En otra posibilidad de escuela, donde empecemos a deconstruir de una vez por todas que la transmisión de conocimientos compartimentados no son quizás los adecuados para nuestras infancias y adolescencias?

Propiciemos el poder “pensar juntos” y de manera colectiva. Aprovechemos a revalorizar el rol social de la escuela como instrumento de contención y apropiación de contenidos para la libertad de pensamiento. Propongamos, que propongan, que transformemos, pero juntos, una escuela que nos involucre. Una escuela que podamos sostener desde la solidaridad y la empatía.

En el hogar damos cuenta que los tiempos de aprendizajes no eran lo que pensábamos. De hecho, son diversos, porque nuestros niños y niñas lo son. 

Entonces, veamos el aprendizaje como un proceso de apropiación de la realidad.  Y tomo las palabras de Dora García, psicóloga social: “entendiendo por proceso una acción en el tiempo, donde se van logrando cambios de conducta en el sujeto, tendientes a ratificar o rectificar modelos aprendidos en un aprender aprendiendo”. Y en este aprender aprendiendo es donde debemos hacer hincapié.

Estamos aprendiendo otra forma, otra modalidad de aprender. Con otros tiempos más flexibles, con otras apoyaturas, otros sostenimientos,  con otras expectativas, con otros interrogantes tan buenos como disparadores de aprendizaje.

La curiosidad es el motor del aprender o, como lo explica Freire “la curiosidad es la inquietud indagadora”, es la piedra fundamental del ser humano, la que permite que el sujeto busque respuestas, investigue, se piense, reflexione. Es el pensamiento crítico, autónomo y de autodeterminación del sujeto.

De esta manera se produce el aprendizaje, porque es eso. Aprendizaje es transformación,  es cambio. Cambio de actitudes, cambios de pensamientos, cambios de posturas ante ese otro que es igual a mí. Transformémonos desde la situación que nos interpela. Aprovechemos, en lo posible, este momento para de-transformarnos como sujetos humanos, como sociedad.

Eduquemos, que nos eduquen. Aprendamos, que aprendan. Transformemos prácticas y miradas. Seamos responsables y también protagonistas porque sólo de esta manera transformaremos algún día la realidad social que tanto queremos cambiar.