Celedonio Flores, el arrabal de la poesía


3 de agosto de 1896.

En el barrio porteño de Villa Crespo, donde el suburbio comenzaba a mezclarse con el arrabal, nació Celedonio Esteban Flores, el hombre que le puso poesía al tango. Hijo de un tipógrafo de la imprenta de Bartolomé Mitre y criado entre criollos e inmigrantes, se le despertó temprano la vocación por la poesía.

Adepto al romanticismo, Rubén Darío, Delmira Agustoni, Almafuerte, Lugones y Carriego amojonan su recorrido creativo y literario al que se dedicó de lleno después de largar sus estudios en tercero del comercial y de un efímero paso por el conservatorio, donde intentó con el violín, y otro por la Escuela de Bellas Artes en la que amagó intentar con la plástica.

Las composiciones de Flores esquivaban los tópicos literarios y se adentraban en el lunfardo al que elevó desde su connotación barriobajera para llevarlo al lenguaje común de la gente sencilla que se reconocía en las geografías que ilustraban sus composiciones.

El periodista Julio Nudler define su lírica: “La tristeza agridulce de Celedonio llueve en letras incomparables, como la de aquel bulín de la calle Ayacucho donde “tantos muchachos / en sus rachas de vida fulera / encontraron marroco y catrera, donde bulle la pava, donde una tarde de invierno fulera murió la muchacha enferma”. Flores pinta y ama “la armonía, la dulce policromía / de las tardes de arrabal”. A él le llora el alma cuando gime un bandoneón, y agradece esta sensibilidad a la pobreza”.

El Negro y el Zorzal

1914, Celedonio tenía 18 años y envió a un concurso organizado por el vespertino Última Hora un poema en alejandrinos al que tituló Por la pinta. No sólo se llevó los cinco pesos de premio  sino que tuvo el privilegio llamar la atención de un dúo de músicos: Carlos Gardel y José Razzano.

“A esa edad en que se hacen versos, ensayé los míos. Quise escribirlos delicados, sutiles, finos…, pero había grandes contras en aquel camino. ¿Cómo te ibas a tirar contra Amado Nervo o Rubén Darío? El naipe no daba pa’ tanto, hermano. Entonces, un día que estaba bien seco, en uno de esos días en que uno sueña con la lotería sin tener el billete, me abrí de aquella parada elegante y escribí Margot”, se sincera el poeta.

La cosa es que entre Gardel y Razzano musicalizaron el poema y lo bautizaron Margot, el tango que es un lamento por el destino elegido por “una pelandruna” que tenía “berretines de bacana”, mientras su “¡pobre vieja! lava toda la semana / pa’ poder parar la olla, con pobreza franciscana / en el triste conventillo alumbrado a kerosén”.

Cuentan que cuando Gardel conoció al autor preguntó medio en broma, medio en serio: “¿Vos sos el sobrino?”. ¿De quién?”, contestó Flores, a lo que respondió: “De tu tío, el que escribió esos versos rantes”. 

El que escribió esos versos soy yo, señor Gardel…”, explicó Celedonio, a lo que Gardel le retrucó: “Está bien, si vos lo decís. Pero ese lío de la mina bacana le pasó a tu tío”. 

A Gardel le gustó y me anduvo buscando. Por intermedio de un amigo común nos conocimos. Carlitos me pidió permiso para ponerle música. ¿Comprendés? Me pidió permiso… Y allí soldamos una amistad que subsiste en mí… y también, en él aunque se fue lejos”, contaba Flores, que, de paso, aprovechó la cordialidad el diálogo para ofrecerle otros versos de su autoría. 

La asociación entre Celedonio y Gardel nos dejó 21 registros fonográficos en los que el Zorzal le ponía voz a esa poética que retrataba cómo la pobreza azotaba y  dejaba cicatrices entre los humildes. Lejos de la condescendencia, la poética del Negro Cele -tal su apodo- se deslizaba entre la sentencia, la ejemplaridad moralizante y la redención del dolor que genera el amor.

La lista de colaboraciones con Gardel, en realidad, debería haber contado con una más: el tango Corrientes y Esmeralda -uno de los más célebres de Flores- al que Gardel, por pudor, no quiso poner su voz para no tener que cantar “Te glosa en poemas Carlos de la Púa / y el pobre Contursi fue tu amigo fiel…/ En tu esquina rea, cualquier cacatúa / sueña con la pinta de Carlos Gardel.”

Entre los tangos que le cantó Gardel figuran: Canchero, donde un calavera repasa su vida y pide una mujer que aconseje con criterio y con bondad”; El bulín de la calle Ayacucho, donde fue feliz gracias “al calor del querer de una piba…mimosa y sincera [que] …una noche de invierno, fulera, hasta el cielo de un vuelo se fue”;   Mala entraña, dedicada a un “mixto jaulero / con berretín de zorzal….más estirado / que tejido de fiambrera”; y Viejo smoking, el lamento de un gigoló que le anuncia al traje con el que vivió sus días de gloria que, ahora, “solo, sin amigos, sin amor”, un día lo pondrá “de almohada / y, tirao en la catrera” se dejará morir.

En 1920 compone Mano a mano, su segundo gran éxito en el que un hombre recto tras saldar cuentas y reproches con la mujer “buena y consecuente” con la que se quisieron hasta que “la milonga, entre magnates, con sus locas tentaciones / donde triunfan y claudican milongueras pretensiones” invade su “pobre corazón”. Pero la nobleza manda y cuando ella sea “descolado mueble viejo”, él estará allí para “jugarse el pellejo” y ayudarla “cuando llegue la ocasión”.

“Un amigo de aquellos tiempos de bohemia era cantor. Se llamaba Carlos Nunziatta. Una noche, ya de recalada, lo encontré en un boliche. “Vamos a tomar mate que te quiero contar algo”, me dijo. No me podía negar, pese a que yo sabía que ese muchacho estaba tuberculoso….En una piecita muy pobre y muy triste de la calle Junín me abrió su alma. Me contó de un amor que solamente vivía en él; y mientras me cebaba mate, yo escribía….El relato estaba tan impregnado de un dolor suave, sin reproches, que en dos horas escribí la letra”, le contaba a Borocotó en un entrevista publicada en El Gráfico.

La justicia y la pobreza están siempre presentes. En Sentencia, por ejemplo, recuerda que hurgó “en el cieno / donde van a podrirse las grandezas” y le pide al juez que está a punto de condenarlo por matar a quien ofendió a su madre que olvide por “un momento sus deberes / y deje hablar la voz de la conciencia”. Mientras que la crisis del 30 con la tragedia de un hombre bueno cuyos “pibes se mueren de frío / y lloran, hambrientos de pan”, mientras “la abuela se queja de dolor, / doliente reproche que ofende a su hombría”, es retratada en Pan, una de las preferidas de Gardel junto con Gorriones, esa maravilla que nos descubre que “la luna, es la bruja fulera que raja / y el sol, una rubia que se suelta el pelo… /….el sol es el poncho del pobre que pasa / mascando rebelde blasfemias y ruegos / pues tiene una horrible tragedia en su casa /tragedia de días sin pan y sin fuego.

La noche necesaria y la censura

Pintón, mal violinista, fugaz boxeador y burrero fiel, contaba con poco más de 20 años cuando ya era un personaje conocido entre la bohemia porteña a la que dedicaba sus noches.

Los versos de Flores, analiza Blas Matamoro, son “respuestas pasivas a una realidad social fuertemente codificada y solidificada, entre cuyas clases no hay movilidad alguna y cuyos estamentos están fuertemente diferenciados”.

Mediados los 20, firmó un contrato con de exclusividad poética para nutrir de composiciones a Rosita Quiroga, una cantante poco refinada con una fuerte impronta de arrabal. Será su tango La musa mistonga, – ésa, “que ignora la cuita de la princesita / que pecó indiscreta con el rubio paje, / pero que se apena porque Milonguita / ha dado un mal paso y llora su ultraje”- con la voz de Quiroga, el que  inaugure, el 1 de marzo de 1926,  las grabaciones por sistema fonoeléctrico en Argentina.

Tras este período con Quiroga, sus tangos son incorporados por prácticamente todas las orquestas y cantores desde Ignacio Corsini hasta Alberto Gómez, y desde Edmundo Rivero hasta Julio Sosa.

Celedonio Flores apareció de pronto, con esa cosa recia, pintoresca y cabal que es el lenguaje poético. Sus letras andan en el tráfico vivo de todos los tangos que forman la antología verdaderamente porteña. Tienen un sabor de extramuros y el claro oscuro de todas las ochavas que vieron los faroles de antaño: los del tango. Y su lenguaje es suyo, como su rima. Y son suyos sus dramas, no importa si de hampones, pero que tienen la vibración más neta que es exigible al tango y a una estética particularísima, que no puede ser suplantada por el purismo ni por la elaboración académica. La academia de Celedonio Flores fue la propia calle. Pero la calle de él, con sus ligustros y sus cercas de pita. La calle de la tarjeta postal, que tenía las huellas de las chatas y conservaba el grito del cuartiador lejano, en camiseta, de látigo en la zurda y pantalón cambrona”, prologó Cátulo Castillo el libro de Celedonio Chapaleando el barro, uno de los tres poemario que parió el Negro junto con Flores y yuyos, y Cuando pasa el organito.

El golpe de estado del 4 de junio de 1943 pegó un fuerte golpe a la obra del Negro Cele.   La radiodifusión pasó a depender de la Subsecretaría de Informaciones, Prensa y Propaganda del Estado que decidió aplicar el Manual de Instrucciones para Estaciones de Radiodifusión, que disponía una “fiscalización previa” de los contenidos a cargo de un “Departamento Literario o Cultural”.

Ante la nueva situación, la editorial Pirovano, pidió a Flores que compusiera una nueva letra para Mano a mano en la que se eliminen los términos en lunfardo de modo tal que pudiera sortear la censura. Sarcástico, el poeta la definió como una letra “con gomina” 

Rechiflao en mi tristeza, hoy te evoco y veo que has sido en mi pobre vida paria sólo una buena mujer…” pasó a ser “Te recuerdo en mi tristeza y al final veo que has sido, en mi existencia azarosa más que una buena mujer”. 

Esa ola de purismo moralizante se extendió, incluso, a los títulos dando pie a absurdos como transformar El ciruja en El hurgador de basurales o El bulín de la calle Ayacucho en Mi cuartito. Esta oda a la estupidez duró hasta 1949 cuando directivos de SADAIC, lograrán que tras una reunión con el entonces presidente, Juan Domingo Perón, queden sin efecto esos lineamientos.

Lejana epifanía nocturna

“Busco un pedazo de vida, la vivo intensamente en mi interior, la tomo en serio y despacito, y con cuidado, y voy haciendo el verso. Como he vivido un poco, como he dado muchas vueltas, como conozco el ambiente canalla, tengo la pretensión de vivir mil personajes. No soy de los que creen que el tango cómico sea la expresión de lo que siente el pueblo; sabemos todos que el tango es triste, como toda la música de nuestra tierra”, revelaba cuando le preguntaron cómo creaba sus éxitos.

Algo alejado de sus noches de gloria y “cansado de aguantar golpes como baúl de emigrante”, a principios de los 30 Celedonio decidió alejarse del ruido y se acomodó en la esquina de Félix Lora y Salaberry, cerquita de la estación de un Claypole donde con el silencio como norma alternaban los acólitos de don Orione y los quinteros. Ahí, al sur del sur solían llegarse muchas figuras de la cultura popular.

Como el sol hace mucho me alegraba de día / hoy me alegra, en la noche, la caricia lunar. / Mi bohemia se hunde en su melancolía, / mi bohemia la busca, misteriosa y fatal. / Si estoy solo en mi pieza, en mi lúgubre pieza, / soledad que matizan cigarrillo y café, / abro bien la ventana y la luna me besa / y me besa la luna con un beso de fe”, escribe en Vieja Luna, con una lírica que suena a una despedida inevitable en tono de romanticismo nocturnal.

Una íntima epifanía en el que, dicen, fue su último tango. 

Murió donde Palermo se abraza con Villa Crespo, el 28 de julio de 1947.