Los bombardeos de junio de 1955, una enseñanza a partir de profundas heridas


El 16 de junio de 1955, un levantamiento de militares y civiles, conjurados para eliminar a Juan Domingo Perón, por entonces presidente constitucional de la Nación, engendró uno de los sucesos más tristes de la historia de nuestro país: el bombardeo a Plaza de Mayo, con aviones de la a Fuerza Aérea y la Marina nacionales, asesinando a mansalva a población civil.

El saldo oficial de las acciones criminales arrojó trescientas nueve víctimas fatales, aunque por el horario en que se produjeron los bombardeos sobre la plaza, pleno mediodía, se puede inferir que fueron muchas más. 

Tres meses más tarde el asedio al gobierno de Perón con las mismas amenazas de más derramamiento de sangre, logró su derrocamiento. El quiebre institucional permitió silenciar los hechos trágicos de junio. Los consiguientes golpes militares perfeccionaron el silencio de tantas muertes.

La descripción cruda de las acciones militares sobre la población civil nos lleva a detallar que solo en la Casa Rosa impactaron 29 bombas y hubo 12 víctimas. Fuera de la sede presidencial las bombas cayeron sobre personas que circunstancialmente caminaban por la plaza, sobre autos y colectivos repletos de pasajeros.

Aquel 16 de junio la barbarie se vislumbro en el interior de los sectores que hasta allí decían representar los ideales de la libertad, la república y la ley. La paradoja cerraba el círculo: los que venían a liberar a una Nación mataron sin miramientos a inocentes que nada tenían que ver con el conflicto político que atravesaba el país.

Lo que nunca dijeron es que estaban enfurecidos porque el poder estaba cambiando de mano. Ya no manejaban un pueblo sumiso y se habían alcanzado derechos laborales, sociales y políticos nunca antes logrados por los sectores trabajadores.

Aquellos bombardeos fueron el prolegómeno de nuevas heridas que cruzaron al pueblo argentino. Desde entonces la Argentina entró en una deriva institucional, con interminables golpes de estado y dictaduras militares, de la que recién pudo salir 28 años después, en 1983, cuando se recuperó definitivamente la Democracia.

El recuerdo de estos tristes acontecimientos debiera servir para no olvidar los tiempos en los que se creía que la violencia y el autoritarismo podían suplir a la Constitución y la voluntad popular; porque ya no caben dudas de que la democracia es el mejor camino para solucionar nuestros problemas, que el respeto a las instituciones nos ayudan a afianzar el camino, y que las diferencias políticas se saldan en las urnas, cada dos años, como lo establecen las normas del estado de Derecho que tantas vidas llevó alcanzarlo.