Las contradicciones del Presidente

El discurso de emergencia del Gobierno contrasta con la comunicación no verbal, que a través de imágenes públicas exhibe normalidad.

Las personas no solo comunicamos con lo que decimos, también -y a veces fundamentalmente- comunicamos con lo que hacemos. Lo mismo pasa con las empresas y las instituciones. Cuando esos actores, además, ocupan algún lugar de referencia en la sociedad, esa forma de comunicar es aún más potente.

Con desesperación, el presidente Alberto Fernández, el gobierno entero y los periodistas -a través de los medios de comunicación de masas- repiten hasta el cansancio que las personas deben cambiar sus conductas ancestrales para refugiarse en el interior de sus casas y de sus propios cuerpos, evitando todo contacto con terceros.

El beneficio obtenido por ese cambio de conducta -esto es preservar la propia vida y la de los demás-, parece premio suficiente para hacer el esfuerzo de no dar besos y quedarse en casa.

Sin embargo, mucha gente todavía no lo hace. Colas de autos para ir a la costa atlántica, filas interminables para pagar en el supermercado, personas amontonadas en trenes y subtes, y hasta actitudes displicentes de personas que, en los edificios de lujo o en los barrios populares, se junta, toma mate, comparte una cerveza o sale a pasear.

Probablemente muchos sean ciudadanos irresponsables, pero es posible también que impacten negativamente las contradicciones en la comunicación oficial.

Esta misma noche el presidente Fernandez, sus principales ministros y todos los gobernadores se reunieron de manera presencial en Olivos, sin barbijos, a menos de un metro de distancia entre ellos, con mesas cubiertas por manteles y compartiendo unos pocos micrófonos entre todos.

La imagen que llega a los hogares es de normalidad, y justamente ese es el problema. Más allá de lo que dicen las palabras, que denuncian excepcionalidad, la fotografía denota normalidad. La reunión de autoridades de hoy presentó la dinámica y la estética de cualquier otro encuentro de funcionarios, en cualquier otro momento de la historia.

¿Cómo pretender cambios de conductas ajenas si no mostramos cambio de conductas propias?

Si por televisión dicen que tenemos que cambiar nuestro comportamiento, pero vemos que no cambian sus conductas quienes lo dicen, el argumento pierde -consciente o inconscientemente- gran parte de su fuerza.

Aunque no se vea con claridad, la contradicción del Gobierno y del Presidente entre su discurso y sus actos atenta contra la eficacia de la comunicación y de algún modo impulsa a la gente despreocupada a continuar con sus costumbres, igual que lo hacen las autoridades.

Por oposición, es posible imaginar lo diferente y poderoso que hubiese sido ver al Presidente y a los gobernadores presentarse ante la pantalla protagonizando una teleconferencia para evitar el contacto personal y que los pocos que estuvieran físicamente en un mismo ámbito vistieran barbijos, mamelucos estériles, guantes y usaran alcohol en cámara.

Tal vez, en términos epidemiológicos no sea necesario. Pero, sin dudas, en términos comunicacionales, el impacto de ver al Presidente aislado y protegido contra la pandemia produciría un efecto de sentido muy poderoso, mucho más fuerte que sus palabras. En definitiva, mucho más fuerte que sus contradicciones.