Brown, el gaucho celta


22 de junio de 1777

En un hogar católico de Foxfordm en el condado de Mayo, uno de los antiguos reinos celtas de Irlanda nace William Brown. La historia canónica nos cuenta que su madre murió al poco tiempo y que su padre lo llevó a la ciudad del amor fraternal: Filadelfia, en Estados Unidos, donde residía un amigo de la familia quien tras padecer una tuberculosis muere. No conforme con morirse, contagia al señor Brown, éste fallece y deja a su hijo de diez años, desolado y en total abandono.

Uno de sus biógrafos -Michael Mulhall- contará que es ‘adoptado’ por un viejo y amable capitán que se sintió “impresionado por la mirada inteligente del huérfano irlandés”. Un relato desgarrador y lleno de silencios que llevaron a formular teorías como la de origen ilegítimo y que su verdadero apellido era Gannon (Brown sería el de su madre), que era “un desertor sin dinero y fugitivo”, un “cazador de fortuna” o la siempre oportuna carta conspirativa de origen masón al servicio de Su Majestad Británica atentando contra la católica España.

La cosa es que durante una década navegó por el agitado Atlántico norte hasta que en 1796 el barco que capitaneaba fue capturado -no sabemos por qué- por un navío de la armada inglesa que, no conforme con hacerlo prisionero, lo obligó a prestar allí servicios. Pero la incomprobable historia no culmina ahí: ese buque desconocido fue apresado a su vez por un navío francés que los llevó prisioneros al país galo de donde, y de alguna manera misteriosa, logró escapar para cruzar el canal y regresar a las verdes campiñas inglesas donde reanudó su carrera naval. Si bien bien existen registros sobre los servicios prestados por un tal William Brown no podemos garantizar que se trate de nuestro almirante.

Independencia

Lo que sí sabemos es que en 1809 contrajo matrimonio con la inglesa Elizabeth Chitty y que ése mismo año llegaba a Montevideo para -según dijo- dedicarse al comercio. Para eso contaba con una fragata bautizada Jane con la que arribó a Buenos Aires a mediados de abril de 1810. ¿Casualmente? un mes antes de los acontecimientos que terminarían con la instalación de la Junta de Gobierno porteña y la destitución de Baltasar Hidalgo de  Cisneros como virrey tras lo cual la sede realista se mudó a Montevideo que, pese a estar sitiado por tierra por las tropas de José Artigas y José Rondeau, servía de base para las expediciones navales que atacaban las costas insurgentes e, incluso, bombardearon Buenos Aires.

Mientras tanto, Brown se dedicó a la guerra de corso y a hostilizar a los navíos españoles, lo que le hizo de una fama que lo puso al frente de la segunda escuadrilla patriota que había sido armada a las apuradas y con lo que había: desde una fragata rusa -bautizada Hércules- hasta lanchas artilladas con lo que se encontraba en los rincones del fuerte. Mientras que la marinería era un rejunte de presos, la oficialidad era un casting de extranjeros ambiciosos. Brown haría de eso una flota.

El 1º de marzo de 1814, el Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata, Gervasio Antonio de Posadas, firmó sus despachos de teniente coronel y lo puso al jefe de la escuadra que, dos semanas después, reconquistaba la isla Martín García, llave del estuario y puerta de entrada al litoral. En las acciones que siguieron, cayó en combate el teniente de marina Miguel Spiro, nacido en Grecia y que lideró a 15 africanos juramentados con a morir antes que volver a la esclavitud 

El triunfo de Brown le permitió imponer un plan para arrebatar Montevideo a los realistas tras cuatro años de asedio. Del 14 y el 17 de mayo de 1814, se libró el combate naval del Buceo donde las fuerzas patriotas lograron un triunfo que no sólo desarticuló a la escuadra enemiga sino que permitió que el 23 de junio de 1814 las tropas de Artigas y Rondeau -ahora al mando de Carlos María de Alvear- ingresaran en la ciudad del cerro. Para José de San Martín, la victoria de  Brown fue “lo más importante hecho por la revolución americana hasta el momento”.

Desactivada la amenaza de Montevideo, Brown armó una flota con la Hércules como insignia a la que se sumaron los bergantines Trinidad y Halcón, y la goleta Constitución con la cual puso proa al sur para, tras avistar la península antártica, enfilar hacia el Pacífico donde hicieron guerra de corso en las costas de Chile, Perú, Guayaquil y Colombia.

Tras estas aventuras en el Pacífico sur, volvería a un Buenos Aires convulsionado por disputas políticas y se retiró a la vida privada. Su vida entraría en un nuevo cono de sombras por casi una década.

La guerra al imperio

Tras la derrota de Artigas en Tacuarembó, en 1820, los imperiales brasileños se habían anexionado la banda oriental a la que llamaron ‘provincia cisplatina’. Cinco años después, un grupo liderado por dos ex lugartenientes del Protector de los pueblos libres y financiados por Juan Manuel de Rosas, retornaron a su tierra, levantaron a la paisanada y declararon su intención de volver a las Provincia Unidas: eran los ‘Treinta y Tres Orientales’.

En la corte del Janeiro se enojaron y declararon la guerra a unas provincias que se desangraban entre sí y que apenas tenía ejército de línea. Así empezó la Guerra del Brasil y la escuadra imperial puso sitio a un Buenos Aires que volvió llamar a su viejo ‘seadog’. Con el grado de coronel mayor, Brown fue puesto al frente de una escuadra compuesta por dos bergantines y una lancha cañonera.

“El honor nacional requiere un esfuerzo. El jefe de la escuadra debe hacer y hará su deber. Si el éxito es favorable, todo irá bien; pero si es desgraciado, suplico se salve mi nombre y el honor de mi familia”, escribió al gobierno antes de encarar su misión.

En dos meses, Brown armó 12 cañoneras, consiguió una fragata, otros dos bergantines y dos goletas con las que en febrero de 1826 encaró al buque insignia brasileño al que desarboló.

Marinos y soldados de la República: ¿Veis esa gran montaña flotante? ¡Son los 31 buques enemigos! Pero no creáis que vuestro general abriga el menor recelo, pues no duda de vuestro valor y espera que imitaréis a la Veinticinco de Mayo que será echada a pique antes que rendida. ¡Camaradas: confianza en la victoria, disciplina y tres vivas a la Patria!” Era el 10 de junio de 1826, cuando frente a las costas porteñas 31 barcos enemigos se enfrentarían a 4 buques y 7 cañoneras argentinas.

¡Fuego rasante, que el pueblo nos contempla!”, fue la orden y así se inició el combate de Los Pozos, que culminó con flota imperial abandonando las aguas del Plata y levantando el bloqueo. 

El 30 de junio, la escuadra nacional volvió a pegarle una paliza a 20 naves brasileñas en la batalla de Quilmes obligándolas a volver a mar abierto. La consigna había sido “es preferible irse a pique antes que rendir el pabellón.

Al frente de la escuadra creó códigos a través de banderas y luces de faroles para indicar todo tipo de acciones e instrucciones excepto rendición, entrega o derrota.

En febrero de 1827, Brown enfrentó al enemigo en el combate de Juncal donde apresaron doce buques brasileños, incendiaron tres y sólo dos escaparon.

Decididos a llevar la guerra a las costas brasileñas, una escuadra argentina compuesta por dos bergantines y una goleta zarparon desde Los Pozos cuando, por un error del piloto, encallaron en Ensenada tras lo cual fueron sorprendidos por fuerzas brasileñas muy superiores. Durante el 7 y 8 de abril de 1827 fueron bombardeados y resistieron hasta quedarse sin municiones. En ese combate, bautizado como Monte Santiago, el marino escocés Francisco Drummond murió en brazos del almirante. Drummond, era el prometido de Elisa Brown, su hija que en ese entonces contaba con 16 años y que al enterarse de la muerte de su amor se suicidó -cuentan que llevaba su vestido de novia- arrojándose a las aguas del Riachuelo de los Navíos. 

El embajador británico en el Janeiro, Robert Gordon, escribiría a lord Ponsonby: “Los recursos de este Imperio parecen inmensos y creyendo como yo que Brown —grande como es— no puede con sus goletas aniquilar a la armada brasileña, simplemente tendrá Ud. al bloqueo restablecido con mayor vigor”.

Imposibilitada de escalar el conflicto en las aguas, la lucha estaría en manos de los corsarios bajo pabellón argentino que, pese a lograr la captura y saqueo de cerca de 300 naves brasileñas, fueron derrotados de uno en uno sea por los imperiales o por los británicos que los combatieron tras la excusa de la piratería pero que, en realidad, buscaban doblegar la intransigencia argentina para firma la paz. 

Eso fortaleció el bloqueo brasileño que ahogó a un Buenos Aires casi sin presencia en el mar mientras los imperiales contaban con 65 barcos armados y 12.000 hombres que se disponían a bombardear la ciudad. Derrotados en mar y tierra sólo la inmensa superioridad brasileña y la presión inglesa obligaron a firmar la paz.

La guerra contra el Imperio culminó en 1828 con la independencia de la banda oriental que pasaría a constituir la flamante República Oriental del Uruguay mientras que en un Buenos Aires quebrado asumía la gobernación Manuel Dorrego, a cargo -también- de las relaciones exteriores de la frágil confederación.

Pese a que Dorrego firmó el ascenso del irlandés de coronel mayor a brigadier general de marina, Brown participó en la revolución unitaria que derrocó a don Manuel y designó al frente del ejecutivo provincial a Juan Lavalle y al mismo Brown como gobernador delegado mientras Lavalle derrotaba al depuesto Dorrego en los campos de Navarro.

Sin embargo, -junto con José Miguel Díaz Vélez- Brown pidió por la vida de Dorrego. “La carta original de Dorrego que incluyo a usted le informará de sus deseos de salir a un país extranjero, bajo seguridades: mi opinión a este respecto, como particular, está de conformidad”, escribió.

“Tomé la resolución de cortar la cabeza de la hidra, y sólo la carta de Vuestra Excelencia puede haberme hecho trepidar un largo rato, por el respeto que me inspira su persona…en la posición que estoy colocado, no debo tener corazón…lo hago en la persuasión de que así lo exigen los intereses de un gran pueblo….la existencia del coronel Dorrego y la tranquilidad de este país son incompatibles”, respondió Lavalle y el 13 de diciembre de 1828 Dorrego era ajusticiado. Empezaba una nueva guerra civil.

Brown se retiró, nuevamente, a la vida privada, hasta que en 1838 una flota anglofrancesa puso bloqueo -nuevamente- a Buenos Aires y el almirante volvió al servicio activo. Gobernaba la provincia Juan Manuel de Rosas, quien lo llamaba ‘el viejo Bruno’, de un modo familiar pero respetuoso.

El bloqueo y el asedio

Al frente de la escuadra argentina, en 1841, burló a la flota inglesa y puso bloqueo a Montevideo que estaba gobernada tras un golpe de mano por Fructuoso Rivera, el ‘Pardejón’, que se había pasado a los brasileños tras Tacuarembó y lideraba el partido Colorado, mientras tanto Manuel Oribe reconocido por la Confederación Argentina como presidente legítimo de los orientales la sitiaba por tierra.

Rivera, apoyado por comerciantes franceses e ingleses a quienes sangró concienzudamente, armó una flota que puso al mando del estadounidense John Coe, gran amigo de Drummond y compadre de Brown, contra cuyas fuerzas se enfrentó en tres combates. Pícaro como era, don Frutos, que veía como sus barcos desertaban de a uno y se pasaban a las fuerzas enemigas, entendió que entre compadres no se iban a lastimar y licenció a su flota. “El país, gastó sumas crecidas, y aún puede decirse, inmensas para aprontar, armar y tripular cinco o seis buques, que se pusieron al mando del norteamericano Coe, antiguo oficial de la marina de Buenos Aires. (…) Sin embargo nada hizo aquella de provecho”, escribió el general José María Paz en sus Memorias. 

Queda como anécdota que tras el combate de Costa Brava, Brown ordenó que dejaran escapar al entonces corsario y futuro héroe de la unidad italiana Gusseppe Garibaldi que combatía en las fuerzas riveristas porque “ese gringo es un valiente”.

“Seis pies de tierra”

Tras la batalla de Caseros y la partida al exilio inglés de Juan Manuel de Rosas, el gobierno encabezado por el entrerriano Justo José de Urquiza eliminó a casi todo el escalafón naval que había servido durante el mandato del Restaurador de las Leyes. Sin embargo, ratificó a Brown como almirante por la “predilección por sus viejos y leales servicios a la República Argentina en las más solemnes épocas de su carrera.”

Brown pasó sus últimos años en su quinta de Barracas -la conocida ‘casa amarilla’ – donde recibía a numerosos visitantes que ansiaban escuchar en primera persona los pormenores de las campañas encaradas por el irlandés de llegada misteriosa, pero que se había avecindado junto a su esposa, Elizabeth, con quien tuvieron nueve hijos: Elizabeth, Guillermo, Ignacio Estanislao, Martina García Rosa Josefa Estanilada de Jesús, Eduardo Miguel, Patricio y Pedro.

Además, en 1844, el matrimonio Brown fue protagonista, en ocasión de su aniversario, del primer daguerrotipo tomado en la Argentina.

Entre los visitantes estuvo el almirante John Grenfell -su paisano y adversario durante la guerra del Brasil- quien se quejó por la ingratitud de los sudamericanos,  “no me pesa haber sido útil a la patria de mis hijos; considero superfluos los honores y las riquezas cuando bastan seis pies de tierra para descansar de tantas fatigas y dolores” respondió.

Con el principal abordo, ya puedo cambiar de puerto”, dicen que fueron sus últimas palabras. La Argentina ya era otra y buscaba construir una épica narrativa que le diera sentido por lo cual su entierro fue cuestión de estado.

Sepultado en la Recoleta, su despedida estuvo a cargo del general Bartolomé Mitre quien recordó que “Brown en la vida, de pie sobre la popa de su bajel, valía para nosotros por toda una flota”.

El gobierno de Urquiza, decretó honras fúnebres a través de una resolución que proclamaba que la vida del almirante “simboliza las glorias navales de la República Argentina y cuya vida ha estado consagrada constantemente al servicio público en las guerras nacionales que ha sostenido nuestra Patria desde la época de la Independencia”.

Epílogo en primera persona

Para quienes somos de Almirante Brown muchos de los nombres que figuran en esta nota o que pasaron durante su producción no son otra cosa que la toponimia de nuestros recuerdos. Nombres de calle que -nuevamente- cobran vida y sentido.

Para quienes estudiamos en el Colegio Nacional de Adrogué, el Almirante Guillermo Brown, también es el himno de nuestra adolescencia y que siempre nos acompaña en encuentros entre cantos y abrazos.
Somos del Almirante Brown / el colegio Nacional / nuestro nombre simboliza / glorias del rio y del mar.

Admiral William Brown, del grupo irlandés The Wolfe Tones