“El único que gana es Lectoure”


10 de junio de 1936

Nace en el porteño barrio de Balvanera el tercero de los cinco hijos de Juan Bautista y Celina. Lo bautizarán como Juan Carlos y le darán un apodo que hará carrera: ‘Tito’, Tito Lectoure.

Desde su casa en Cangallo al 2500 iba a la escuela, primero, y al Nacional San José, era un chico retraído al que no le importaban ni el fútbol -aunque se definía como hincha de River., ni juntarse con las barras del lugar. Su único hobby, además de sus tardes de cine, le llegó con la sangre: tirar guantes con su padre Juan, el hermano de José ‘Pepe’ Lectoure, ex campeón argentino liviano y manager de Justo Suárez, el ‘Torito de Mataderos’, el primer gran ídolo del boxeo local. Tío Pepe fue quien fundó -junto a Ismael Pace- el Luna Park.

En tercer año deja el colegio para trabajar: una reglamentaria cadetería en la farmacia del barrio, un empleo en una inmobiliaria. A los 17, en una de sus pocas desobediencias. se fue al club Gimnasia y Esgrima de la calle Bartolomé Mitre, a realizar una sesión de guantes con Archie Moore, el campeón semipesado quen iba a pelear en el Luna.

Tras cumplir con colimba en la Policía Federal -donde lo felicitan por su conducta- entra a trabajar como cadete en el Luna Park un 14 de septiembre de 1956. El 14 de septiembre se celebra el Día del Boxeador en la Argentina, en homenaje a la pelea en la que Luis Ángel Firpo tiró a Jack Dempsey desde el ring. Casualidades del almanaque.

Cadete, asistente, boletero, ayudante de gimnasio, no dejó puesto sin conocer hasta que le tocó trabajar con Juan Manuel Morales, el match–maker, de quien aprendería los secretos del oficio de programador de espectáculos. Como una suerte de universidad, el cadete Lectoure rendiría todas las materias necesarias para llegar a ser quien fue: uno de los tres mayores promotores del boxeo mundial e integrante de su Salón de la Fama.

El Luna del amor

1935, la manzana delimitada por Corrientes, Bouchard, Lavalle y Madero es un obrador entre el puerto y el confín decente de la ciudad. Allí, en medio de un estadio a medio terminar aparece un pequeño local solitario donde un matrimonio italiano ofrece comida a precios populares. Un mito les atribuirá la creación del choripán. No es raro, los mitos suelen enhebrarse entre sí de maneras misteriosas.

En ese esqueleto inconcluso, ‘Pepe’ Lectoure, gracias a sus contactos con el fraudulento gobierno conservador de Agustín P. Justo, organizará el velorio del gran mito porteño: Carlos Gardel. Mientras el pueblo desfila ante el ‘Zorzal’, Pepe mira a una de las tanitas que cocina en el improvisado bodegón. Es alta, bella, con ojos azules, de 17 años, y se llama Ernestina Devecchi.

Pese a que Pepe ya tenía 38 años y mucha vida vivida, se casaron y -suponemos- vivieron felices  hasta que en 1950, él se murió. Seis años después, su socio, Ismael Pace, falleció en un accidente automovilístico. El Luna Park pasó a ser propiedad de dos viudas. No pasó mucho tiempo hasta que Ernestina comprara la parte de su concuñada para, luego, impulsar que su sobrino Tito, de sólo 22 años, fuera el promotor de las veladas boxísticas.

El Luna Park no sólo fue el lugar donde un coronel de sonrisa gardeliana llamado Juan Domingo Perón conoció a una actriz que se abría paso en el mundo llamada María Eva Duarte.

También fue el escenario de una relación entre Ernestina y Tito. Ella, la tía, la dueña, multimillonaria, 18 años mayor que él, su sobrino político. Esa relación, uno de los secretos mejor guardados de Buenos Aires, duraría hasta el fin de sus días.

El promotor

Reservado, tímido, organizado y firme, pero -al mismo tiempo-, fraternal y leal, Lectoure logró enhebrar -desde la victoria de Horacio Accavallo en 1966- un rosario con 19 peleas por títulos mundiales, de las cuales ganó 13 conduciendo las carreras de púgiles tan disímiles como complejos: Horacio Accavallo, Nicolino Locche, Oscar ‘Ringo’ Bonavena, Víctor Emilio Galíndez, Carlos Monzón, Hugo Corro, Juan Domingo ‘Martillo’ Roldán, Juan Martín ‘Látigo’ Coggi entre otros.

La estadística indica que Lectoure estuvo en 17 países para acompañar en 105 ocasiones desde el rincón a algún boxeador argentino en busca o en defensa de una corona. Eso sí, siempre luciendo su talismán: una campera azul de 1966 comprada en Macy’s antes de la pelea entre Takayama y Accavallo en Tokio.

Su giras por ciudades  como Roma, París, Nueva York, Montecarlo, Oslo, Honolulu, Tokio, Panamá, Seúl, Las Vegas, Copenhagen, Caracas, Atlantic City, Johannesburgo, Los Angeles, Palermo, Miami, Nueva Orleans o ser anfitrión de celebridades como Frank Sinatra, Mikhail Baryshnikov, Maia Plissetskaia, Paloma Herrera, Luciano Pavarotti, el Holiday On Ice, el Circo de Moscú, Diego Armando Maradona, Julio Bocca y José Carreras; lo transforman en el “soltero más codiciado” de Buenos Aires.

Si supieran lo que sólo sabían don Benito, el sereno del Luna, y un puñado de incondicionales…

También fue anfitrión del papa Juan Pablo II en el Luna Park durante su visita de 1987,  Premio Konex, ciudadano ilustre de Nueva Orleáns, Medaglia di Honore del gobierno italiano; conoció a todos todos los presidentes que ocuparon la Casa Rosada desde Frondizi hasta Alfonsín y se codeó con la princesa Grace y el principe Rainero en el Mónaco del jet set donde alternaba con Ursula Andrews, Sofia Loren, Ornella Muti y Catherine Denueve.

Uno de sus mejores amigos, el periodista Ernesto Cherquis Bialo, presenta unos números tan incomprobables como descriptivos de la trayectoria de Lectoure: “3278 horas de vuelo para llegar a 30 diferentes países de todos los continentes que le demandaron la renovación de seis pasaportes completos.”

El ostracismo

Se puede decir que el mundo del boxeo lo dejó a él. Hombre de códigos estrictos, detestaba la multiplicación de categorías y asociaciones, y el estilo de vida de gladiadores que con el que sobornaban a las nuevas generaciones. Pese a haber sido junto a Bob Arum y Don King uno de los tres manager más importantes de la historia, se retiró. El 17 de octubre de 1987, fue la última pelea: Adolfo Arce Rossi versus Ramón Abeldaño. No hubo más rings en el Luna.

Dicen que fue el pase de ‘Látigo’ Coggi y su entrenador, Santos Zacarías, a la escudería de  Osvaldo Rivero, la gota que rebalsó el vaso.

“Esa postal del promotor asomado a la puerta de su estadio los miércoles o los sábados pudo verse 2976 veces durante los 31 años de su gestión en cuyo transcurso subieron a su ring 23.802 boxeadores, se llevaron a cabo 29 peleas por títulos mundiales, 18 por títulos sudamericanos y 87 por campeonatos argentinos. Y ninguno de los 262 boxeadores extranjeros, entre los cuales había campeones o ex campeones mundiales que vinieron a actuar al Luna Park, exigieron firmar previamente el contrato o recibir una cifra adelantada pues para el mundo del boxeo el apellido Lectoure resultaba una garantía indubitable”, enumera Cherquis.

Mientras tanto, seguía con su romance prohibido. Ernestina y Tito casi nunca se mostraron juntos. Alguna tarde furtiva en un cine de Lavalle, un viaje a Montecarlo para la despedida de Monzón, otro a Sudáfrica o como anfitriones durante la visita del Papa Juan Pablo II o en la foto canónica de 1996 por el medio siglo del Hollyday on Oce.

Retirado del boxeo, su salud comenzó a derrumbarse: arterosclerosis, insuficiencia en las coronarias, artrosis, caderas de titanio, dificultades para caminar y un corazón con válvula nueva y lacerado por multitud de cirugías. Fue en ese momento que, por fin, se mudó junto a Ernestina con quien vivió sus últimos días y uno de sus mejores momentos: el ingreso en el Hall de la Fama del Boxeo, en Nueva York. Fue el canto del cisne.

Juan Carlos ‘Tito’ Lectoure murió el 1 de marzo de 2002. Tenía 66 años. Ernestina lo sobrevivió hasta 2013. En su testamento, cedió el estadio en un 95 por ciento a Cáritas Argentina y la Sociedad Salesiana de San Juan Bosco.

“El único que gana es Leture (sic)”, solía decir Bonavena cuando antes de una velada le pedían un pronóstico. Ahora hay lucha de intereses inmobiliarios. Pero esa es otra pelea, una que Tito jamás habría auspiciado.