Alfonsina, la desolada loba del mar


25 de octubre de 1938

No hubo blanda arena ni pequeña huella en un sendero solo de pena y silencio. Tampoco hubo arrullo de caracolas marinas, sirenitas guías por caminos de algas y coral, mucho menos rondas y luces tenues. Tampoco fue a buscar poemas nuevos: su poema póstumo lo había enviado la noche anterior a la redacción de La Nación: “Y si llama él, no le digas que estoy, di que me ido”

Consumida por un cáncer y ebria de dolor y morfina, Alfonsina se arroja desde la escollera del Club Argentino de Mujeres. Un zapato rebelde enganchado en un fierro oxidado delató los hechos y mató al poema de comuniones marinas, mientras que el mar, con ingrata piedad, devolvió el cuerpo ahogado e hinchado. Su último hogar no sería de sal sino de mortuorios mármol y granito.

Sus padres fueron Alfonso y Paulina Martignoni, dos inmigrantes de la Suiza que habla italiano y que llegaron a la andina San Juan en 1880, junto a sus dos hijos mayores, María y Romero, donde fundaron una pequeña empresa: Cerveza Los Alpes, de Storni y Cía, que logró un módico suceso regional que les permitió volver a su país natal en 1891. 

Fue en la aldea Sala Capriasca, al norte del Lugano familiar, donde, el 22 de mayo de 1892 llegó la tercera hija del matrimonio a la que bautizaron Alfonsina. “Me llamaron Alfonsina, que quiere decir ‘dispuesta a todo”, explicó años más tarde la poetisa que fue bautizada en Tesserete. En su acta bautismal figura una anotación marginal añadida por el sacerdote Osvaldo Crivelli: “Grande poetesa morta al mar della Plata”.

“Estoy en San Juan, tengo cuatro años; me veo colorada, redonda, chatilla y fea. Sentada en el umbral de mi casa, muevo los labios como leyendo un libro que tengo en la mano y espío con el rabo del ojo el efecto que causo en el transeúnte. Unos primos me avergüenzan gritándome que tengo el libro al revés y corro a llorar detrás de la puerta”, recuerda Alfonsina que regresó a la provincia huarpe en 1896 sin conocer letra en castellano. 

Debe haberlo aprendido pronto pues en el jardín de infantes se la recordaba como una chica curiosa de imaginación voladora y mentira fácil y truculenta. Su hogar no fue fácil, la melancolía de su padre desbarrancaría en alcoholismo, mientras que su madre encarnó el modelo de esposa y madre de resignado y laborioso silencio. 

Que por días enteros, vagabundo y huraño
no volvía a la casa, y como un ermitaño
se alimentaba de aves, dormía sobre el suelo”, escribió sobre su padre.
Dicen que silenciosas las mujeres han sido
de mi casa materna... Ah, bien pudieran ser
a veces, en mi madre apuntaron antojos
de liberarse, pero se le subió a los ojos
una honda amargura y en la sombra lloró”, apuntó sobre su madre.
Hildo, el pequeño hermano de Alfonsina, junto a ella.

Con el siglo XX llegó Hildo Alberto, el último hermano y un año después la familia se mudo a Rosario donde Paulina abrió una escuela domiciliaria que pese a tener medio centenar de alumnos no alcanzaba para mantener a la familia por lo cual instalaron en las cercanías de la estación central de ferrocarril provincial el Almacén Café Suizo un emprendimiento que fracasó, en gran medida por el alcoholismo del padre quien debía ser arrastrado noche tras noche hasta su cama, pese a que Alfonsina -con apenas diez años- dejó la escuela para ponerse a lavar platos y atender mesas, mientras que las otras dos mujeres de la familia se emplearon como costureras. 

Huir del mundo en un verso

No fue la mejor edad para Alfonsina. La quiebra del negocio, dejar la escuela, su hermana que se casa para enviudar prontamente, otra mudanza, la muerte de su padre en 1906. En medio de esa tormenta, sus primeros versos.

A los doce años escribo mi primer verso. Es de noche; mis familiares ausentes. Hablo en él de cementerios, de mi muerte. Lo doblo cuidadosamente y lo dejo debajo del velador, para que mi madre lo lea antes de acostarse. El resultado es esencialmente doloroso; a la mañana siguiente, tras una contestación mía levantisca, unos coscorrones frenéticos pretenden enseñarme que la vida es dulce. Desde entonces, los bolsillos de mis delantales, los corpiños de mis enaguas, están llenos de papeluchos borroneados que se me van muriendo como migas de pan”; recuerda con amargura.

Escribe entre costuras a pedido, mientras ayuda a su hermano pequeño con las tareas y los quehaceres del hogar. Alfonsina escribe como puede y el 8 de enero de 1904 la revista local Monos y Monadas, publica Anhelos, dedicado a un ombú en el que supo jugar en una niñez perdida.

“…Y hoy al mirarlo, siento que de nuevo
acuden en tropel viejas nostalgias
que en el fondo de mi alma dolorida
juzgaba sepultadas.

Mas, si el dolor de nuevo en mí provocas
no he de odiarte por eso, árbol querido,
que al cadáver del indio vagabundo
un día diste abrigo.

Y en prueba yo también, como ese ignaro
quiero por cruz tu sombra silenciosa;
y en vez de blanca lápida labrada
el verde de tus hojas.

Las puntadas a demanda no alcanzaban para mantener al hogar por lo que se decide salir  al mundo y se emplea como aprendiz en una fábrica de gorras, también la ven volanteando anunciando un acto en homenaje al Primero de Mayo.

En 1907 la compañía teatral de Manuel Cordero llegó a Rosario para interpretar Escenas de la Pasión durante la semana santa. Allí, la madre de Alfonsina, Paulina, consiguió el papel de María Magdalena y unos días antes del estreno, la actriz que personificaba a san Juan se enfermó. Alfonsina que había acompañado a su madre durante algunos ensayos se ofreció a reemplazarla y logró una actuación muy elogiada lo que despertó en ella cierta vocación por las tablas lo que la llevó a sumarse a la compañía de José Tallavi para la cual declamaba y representaba obras de Ibsen, Pérez Galdós y Florencio Sánchez., aunque lo mejor fue salir de gira durante una año en el que recorrió Santa Fe, Córdoba, Mendoza, Santiago del Estero y Tucumán.​

A los trece años estaba en el teatro. Este salto brusco, hijo de una serie de casualidades, tuvo una gran influencia sobre mi actividad sensorial, pues me puso en contacto con las mejores obras del teatro contemporáneo y clásico […] Pero casi una niña y pareciendo ya una mujer, la vida se me hizo insoportable. Aquel ambiente me ahogaba. Torcí rumbos”, resume esta etapa en una de sus cartas al filólogo español Julio Cejador.

Mientras ella giraba, su madre se casó con Juan Perelli, un tenedor de libros, y se mudó a Bustinza, una pequeña localidad cercana a Cañada de Gómez donde Paulina volvió a insistir con la escuela domiciliaria. Allí se instaló Alfonsina y empezó a desarrollar una intensa vida social dentro de las módicas posibilidades locales mientras dictaba clases de recitado y de buenos modales en la escuela materna. Una alumna suya la definió como “una persona muy fina en su porte, en su bailar y en su mímica”, aunque también la recuerdan melancólica y que solía cantar canciones tristes.​

La señorita Alfonsina asalta el Plata

En 1909, y con 17 años, se trasladó a Coronda para cursar en la Escuela Normal Mixta de Maestros Rurales donde fue aceptada pese a no tener certificados previos y reprobar el examen de ingreso pues la escuela estaba necesitada de engordar su matrícula. Designada preceptora -con un estipendio de 40 pesos- el periódico escolar refleja que cantó “na romanza con voz dulce y sentimental”  y publicó una serie de conferencias de su autoría sobre didáctica de la aritmética para los primeros grados.​

Siempre escasa de dinero, en 1910 comenzó a viajar a un destino en principio misterioso y que luego se supo que era Rosario. Ese año, cantó en el aniversario del combate de San Lorenzo la Cavatina de El Barbero de Sevilla de Rossini y en algún momento alguien gritó que era la corista de un piringundín portuario. “Después de lo ocurrido no tengo ánimos para seguir”, escribió y se perdió hasta que fue encontrada por el comisario, estaba llorando en una barranca del río, por un rato había temido lo peor. 

Diplomada como maestra, en 1911 inició el asalto a Buenos Aires. Llegó a Retiro sin casi nada y un año después nació Alejandro, su hijo y de cuyo padre jamás reveló un dato aunque se especula que era persona de influencia, maduro y casado.

“Tristes calles derechas, agrisadas e iguales
por donde asoma, a veces, un pedazo de cielo…”,

describirá Alfonsina a la Reina del Plata.

Mientras se empleaba como cajera en una farmacia y luego en una tienda, comienza a colaborar en Caras y Caretas, por 25 pesos el artículo. En esos días consiguió un trabajo como “corresponsal psicológico” y redactora. Fue la única mujer entre cien postulantes y tuvo que insistir para que la evaluaran. Consiguió el trabajo aunque en vez de los 400 pesos ofertados, por ser mujer le pagaban la mitad.

​Su trabajo en Caras y Caretas la puso en contacto con varios de los intelectuales más reconocidos del Plata con quienes trabó relaciones sociales y de amistad como José Enrique Rodó, Amado Nervo, José Ingenieros y Manuel Ugarte. 

En 1916 comienza a publicar en La Nota, una revista literaria fundada y dirigida por Emín Arslán donde, además, estuvo a cargo de una sección permanente durante 1919. Convalecer y Golondrinas fueron dos de los poemas que vieron la luz en esas páginas.


Primeros libros

En 1916 fue también el año en que publicó La inquietud del rosal, su primer libro de poesías gracias a una edición de autor de 500 ejemplares a un peso cada uno que nunca terminó de pagar. ​ Escrito en su trabajo, descubre sus deseos como mujer y cuenta con naturalidad su condición de madre soltera, pasó bastante desapercibido y sólo la revista Nosotros, de Roberto Giusti y Alfredo Bianchi, prestará alguna atención al calificarlo como el fruto de “una poeta joven y que no ha logrado todavía la integridad de sus cualidades, pero que en el futuro ha de darnos más de una valiosa producción literaria”

“Yo soy como la loba. Ando sola y me río 
del rebaño. El sustento me lo gano y es mío
donde quiera que sea, yo tengo una mano
que sabe trabajar y un cerebro que es sano.”

Dicen unos versos de La loba, uno de los poemas del libro.

Pese a que en una visita a su madre le confesó que la pobreza de ventas se debía a que era una escritora “inmoral”, este libro le sirvió como tarjeta de acceso a los cenáculos literarios reservados a los hombres. Su debut fue en una cena de homenaje a Manuel Gálvez, donde pudo recitar algunos versos.​ Sin embargo, debió dejar su puesto como corresponsal psicológico, pues sus empleadores se escandalizaron de contar con tal clase de colaboradora en su empresa.

Si bien tenía un nombre y una fama que le permitía publicar poemas en Mundo Argentino, junto al mexicano Amado Nervo a quien conoció, mantener correspondencia con José Enrique Rodó o el peruano Manuel Ugarte y frecuentar a José Ingenieros, la poesía no era suficiente para vivir. Además, sus colaboraciones en la socialista La Acción y la latinoamericanista Proteo eran en riguroso ad honorem por lo cual consiguió una plaza como directora del colegio Marcos Paz, perteneciente a la Asociación Protectora de Hijos de Policías y Bomberos, que atesoraba una biblioteca de más de dos mil volúmenes.​

Su publicación en Mundo, …Versos otoñales tiene versos apenas aceptables pero su capacidad de introspección conmueve y la diferencia de otras autoras.

“Al mirar mis mejillas, que ayer estaban rojas
he sentido el otoño; sus achaques de viejo
me han llenado de miedo; me ha contado el espejo
que nieva en mis cabellos mientras caen las hojas”

En 1917 recibe el premio del Consejo Nacional de Mujeres por El canto de los niños y sus amigos le organizan un recital poético en el teatro Minerva

Su nervios, frágiles, cada poco entraban en crisis y en 1918 la obligaron a tomar licencia en la escuela aunque no le impidieron publicar su segundo poemario: El dulce daño.

“Hice el libro así:
gimiendo, llorando, soñando, ay de mí…,
…Mariposa triste, leona cruel,
di luces y sombra todo en una vez.

Cuando fui leona nunca recordé
cómo pude un día mariposa ser.

Cuando mariposa jamás me pensé
que pudiera un día zarpar o morder.

Se lamenta, una Alfonsina empoderada en dolor.

La aparición del libro le valió un homenaje en en el restaurante Génova, sede gastronómica del grupo de Nosotros, y en el cual fueron oradores Roberto Giusti y José Ingenieros.​ Giusti dirá que hay “hojarasca a brazadas pero entre ella encontramos versos, estrofas, composiciones enteras, cual sólo puede escribirlas un verdadero poeta.”

El dulce daño
estaba en el límite de lo permitido por las convenciones de entonces y sufrió algunos intentos de censura que fueron respondidos en el prólogo en la segunda edición: “en arte no hay otra impureza que la atribuida por la insuficiencia intelectual y hasta oral del profano”. “Aún creía en el amor venturoso y luchaba por desvanecer sus más tristes presentimientos”, afirmará Julio Noé

“Tú me quieres alba,
me quieres de espumas,
me quieres de nácar.

Que sea azucena
Sobre todas, casta.
De perfume tenue.
Corola cerrada…

…Tú que en el banquete
cubierto de pámpanos
dejaste las carnes
festejando a Baco.

Tú que en los jardines
negros del Engaño
vestido de rojo
corriste al Estrago”.

Así, como una Juana Inés gringa, acusa a los nuevos “hombres necios”, en Tu me quieres blanca.

Estos poemas se alineaban con sus artículos periodísticos que solían girar alrededor la condición social de la mujer y cómo superarla. Feminismo perfumado, A propósito de las incapacidades relativas de la mujer, Un simulacro de voto, Compra de maridos son los títulos que describen su línea argumental que ratifica en estos versos:

Así somos, ¿no es cierto? Ya lo dijo el poeta:
movilidad absurda de inconsciente coqueta
deseamos y gustamos la miel de cada copa

y en el cerebro habemos un poquito de estopa.”

“Infinito número de veces, me ha estorbado, en el ambiente en que me desenvuelvo, mi condición de mujer, porque no he logrado olvidarme, en mi trato frecuente, de que estoy en presencia de hombres; y difícilmente estos, han olvidado que soy mujer”, admite. 

En 1918, Alfonsina recibió una medalla de miembro del Comité Argentino Pro Hogar de los Huérfanos Belgas, donde también se homenajeó a Alicia Moreau de Justo y Enrique del Valle Iberlucea 

En 1919 aparece Irremediablemente, “hijo de un momento de desazón y escrito en dos meses”, prologará la autora quien lo dedicó a su hermano Hildo. 

Allí, en el poema Alma desnuda, Alfonsina se define:
“Soy un alma desnuda en estos versos
alma desnuda, que angustiada y sola
va dejando sus pétalos dispersos”.

“Sufro achaques de desconfianza hacia mí misma. De estos achaques la voluntad sale mal parada, me echo a dormir, sueño. De pronto la fiebre me posee y lo olvido todo: en estos momentos produzco, publico. Y el círculo de estos hechos se prolonga, sin variantes, sobre la misma espiral…Es que las mujeres nos cuesta tanto esto. Nos cuesta tanto la vida. Nuestra exagerada sensibilidad, el mundo complicado que nos envuelve, la desconfianza sistematizada del ambiente, aquella terrible y permanente presencia del sexo en toda cosa que la mujer hace para el público, todo contribuye a aplastarnos”, confiesa a Julio Cegador en una carta. 

Su cuarta obra, Languidez, fue publicada en 1920 y se agotó de inmediato. Dedicado  “a los que como yo nunca realizaron uno solo de sus sueños”, Alfonsina anticipa que este trabajo “cierra una modalidad mía y otra ha de ser mi poesía de mañana”, y anuncia el “abandono de la poesía subjetiva que no puede ser continuada cuando un alma ha dicho respecto de ella todo lo que tenía que decir, por lo menos en un sentido”, para pasar a buscar el alma de las cosas, que “vienen desde el fondo de la vida”.

La ruptura con la y el uso de términos cotidianos elevan a la primera persona que se hace más íntima, intimidante, intensa y reveladora.

“Señor, el hijo mío que no me nazca varón”, escribe en uno de los versos de esta obra que marca su consagración y le vale el Primer Premio Municipal de Poesía y el Segundo Premio Nacional de Literatura.

En 1920 obtendrá la ciudadanía argentina y viajará junto a Manuel Gálvez y su esposa, Delfina Bunge a Montevideo donde conocerá a Juana de Ibarborou. “Era joven y parecía alegre; por lo menos su conversación era chispeante, a veces muy aguda, a veces también sarcástica. Levantó una ola de admiración y simpatía. Un núcleo de lo más granado de la sociedad y de la gente intelectual la rodeó siguiéndola por todos lados. Alfonsina, en ese momento, pudo sentirse un poco reina”, consignó la charrúa.

En ese tiempo comenzó a participar del grupo Anaconda, una agrupación cultural iniciativa del acuarelista Emilio Centurión de la que participaban, también, Alberto Gerchunoff y Horacio Quiroga. Tanta actividad afectó su fragilidad emocional y comenzó a viajar a Mar del Plata y a la localidad cordobesa de Los Cocos donde pasaría temporadas de reposo.​

Historia de amor, locura y muerte

Horacio Quiroga, de 38 años, arrastraba una estela de desgracias: la muerte de su padre, la de su padrastro, y el suicidio de su esposa Ana María, tras haber matado, sin quererlo, a su amigo Federico Ferrando. 

La escena, como no, ocurrió en una tertulia en el Tortoni donde Alfonsina leía un poema.
—Es muy lindo el poema. ¿Es suyo?
—Sí, me alegra que lo aprecie.
—Discúlpeme, señorita, ¿cuál es su gracia?
—¿Me encuentra graciosa?
—No, en absoluto. Lo que quiero decirle es si me puede indicar su nombre
—¿Y a mí? ¿Me conoce?

—¿A usted? ¿El loco?
—No, señorita, el loco no, quizás un poco ogro- respondió Horacio con una carcajada, mientras se acariciaba la barba.
—No soy tan mayor como usted, señor, pero sé tratar bien a la gente de su edad. Tengo buena educación. Horacio Quiroga, ¿no es así?. 

Tras la escena Quiroga pidió silencio y brindó por el ingreso de Storni en Anaconda

“Sábado fue, y capricho el beso dado,
capricho de varón, audaz y fino,
mas fue dulce el capricho masculino
a este mi corazón, lobezno alado.
No es que crea, no creo, si inclinado
sobre mis manos te sentí divino,
y me embriagué. Comprendo que este vino
no es para mí, mas juega y rueda el dado.
Yo soy esa mujer que vive alerta,
tú el tremendo varón que se despierta
en un torrente que se ensancha en río,
y más se encrespa mientras corre y poda.
Ah, me resisto, más me tiene toda,
tú, que nunca serás del todo mío.”

Así relató Storni en su poema Tú, que nunca serás el inicio de la relación

Todo habría comenzado en un juego de prendas que derivó en un beso accidental. Le siguieron una serie de cartas y menciones mutuas que sugerían algo pero no contaban nada. Lo cierto es que entre 1919 y 1927 el romance entre la poetisa y el cuentista fue uno de los secretos peor guardados de Buenos Aires, pero -a la vez- de los que menos rastros dejaron. Se acompañaron, viajaron, eligieron y no sabemos mucho más salvo de su mutua devoción por Wagner.​

En 1925 quiso acompañarlo a un viaje a Misiones de lo cual fue disuadida por Benito Quinquela Martín. Tras un año de silencio retomaron, entre cine y conciertos, su amistad que concluyó cuando el uruguayo contrajo sus segundas nupcias con María Elena Bravo. 

La nueva Alfonsina

Desde 1923, posee una cátedra especial de lectura en la Escuela Normal de Lenguas Vivas creada especialmente para ella por el ministro de Instrucción Pública, y un año después la editorial barcelonesa Cervantes, le publica una antología poética.

En 1925 publicó Ocre, que marcó un cambio decisivo en su poesía que abandona la exclusividad de la temática amorosa para ligarla a una mirada feminista al tiempo que abandona el modernismo y posa su mirada en el mundo real. 

“Es la más feminista de las poetisas mayores de nuestra época: todas ellas, como mujeres, expresan inevitablemente, cada una a su modo, sentimientos femeninos; pero la Storni ve, además, su femineidad como problema, no sólo individual, sino social. Es la más intelectual de todas, la más abierta a todo género de emociones, la más rica en variedad de tonos y matices”, reseña Federico de Onís.

En ese tiempo la escritora chilena y futura Nobel, Gabriela Mistral, quien la describe para el El Mercurio: “Extraordinaria la cabeza pero no por rasgos ingratos, sino por un cabello enteramente plateado, que hace el marco de un rostro de veinticinco años…cabello más hermoso no he visto, es extraño como lo fuera la luz de la luna a mediodía. Era dorado, y alguna dulzura rubia quedaba todavía en los gajos blancos. El ojo azul, la empinada nariz francesa, muy graciosa, y la piel rosada, le dan alguna cosa infantil que desmiente la conversación sagaz y de mujer madura.  Pequeña de estatura, muy ágil con el gesto, la manera y toda ella, jaspeada (valga la expresión) de inteligencia.” 

En 1926 escribió Poemas de amor al que define como “frases de estado de amor escritos en pocos días ya hace algún tiempo una lágrima de las tantas lágrimas de los ojos humanos”.

El 20 de marzo de 1927 estrenó su obra de teatro El amo del mundo donde presentaba su visión de las relaciones entre hombres y mujeres. La expectativa fue tal que el día del estreno asistió el presidente Marcelo T. de Alvear acompañado de su esposa, Regina Pacini. la obra fue retirada al tercer día y destrozada por la crítica.

“Alfonsina Storni dará al teatro nacional obras interesantes cuando la escena le revele nuevos e importantes secretos”, tituló Crítica, a lo Alfonsina respondió acusando al diario de Botana de conspirar contra ella aunque sin precisar motivos. Por su parte, La Nación, diario en el que colaboraba desde 1920 con los seudónimos de Tao Lao  y Alfonsina, tampoco se mostró benevolente, aunque el más feroz fue Edmundo Guibourg, quien afirmó que Alfonsina denigraba al hombre.

En 1928 se suicidó su amigo el poeta Francisco López Merino. Se habían conocido en Mar del Plata y ante un comentario de Merino sobre el mal clima, Alfonsina replicó, aguda: “Sí, sí, pero ideal para estar entre dos sábanas, con alguien como usted, por ejemplo”​.

En la intimidad se tornaba, empero, muy seria, casi hermética. Amaba la soledad, la vida sin estridencias, el refugio de su casa para producir y descansar. La franqueza era su atributo sobresaliente. No conocía el silencio de conveniencia ni el cómodo asentir con la mayoría. Estaba siempre pronta a decir lo que pensaba y a expresarlo sin temores. Esto le valió muchas enemistades, ataques malévolos y negaciones enconadas. Pero no se arredraba. Su posición era de combate, no quería sino luchar e imponerse por sus merecimientos” la esbozaba el escritor Hugo de Soulignac.

Esas convicciones la llevaron a ser una activa gestora del gremialismo literario y a intervenir activamente en la creación de la Sociedad Argentina de Escritores.

Ese año vivió en Rosario donde sus fobias y manías se exacerbaron. Pese a que ya era una suerte de celebridad se sentía espiada, perseguida y juzgada, en especial, por quienes condenaban su soltera maternidad. Una situación que la impulsó a abandonar la patria y embarcarse rumbo a Europa en busca de tranquilidad.

Horacio Quiroga

En 1930, junto con su amiga Blanca de la Vega viaja a España para dictar conferencias en España. Luz Morales en El Sol, de Madrid pondrá de relieve que “hay un acento apasionado, facetas de sinceridad absolutamente originales, inéditas, no oídas”. En este viaje no sólo conoció, además, Italia y Francia sino que, además, regresó a reconocer su aldea suiza.

En estos viajes podrá conocer de primera mano la obra de los españoles de la Generación del 27 como Pedro Salinas, Federico García Lorca, Luis Cernuda, Jorge Guillén, Vicente Aleixandre, Gerardo Diego, Dámaso Alonso, Rafael Alberti, León Felipe, Miguel Hernández… 

Al año siguiente, el intendente municipal José Guerrico la nombró jurado del premio de poesía: era la primera mujer en ocupar ese rol. “La civilización borra cada vez más las diferencias de sexo, porque levanta a hombre y mujer a seres pensantes y mezcla en aquel ápice lo que parecieran características propias de cada sexo y que no eran más que estados de insuficiencia mental. Como afirmación de esta limpia verdad, la Intendencia de Buenos Aires declara, en su ciudad, noble la condición femenina”, apunta en su diario.​

“La mayor dificultad para mí ha sido la de tener que hacer frente a la vida de un modo tenaz, lo que me ha llevado un tiempo precioso, que yo desearía para aumentar mi cultura y producir […] Mi carácter, poco dado a la adulación y a las habilidades políticas menores, ha sido, en este sentido, el más grande enemigo mío. […] Muy malo es esto en un medio que vive de apariencias. Cuando entre nosotros se piensa en darle a alguien un cargo importante y descansado, como se les suele dar a escritores, para que puedan realizar su obra, no se repara en lo que puede producir ese ser, sino en las formas en que se resguarda. Y si es de una sencillez miedosa como la mía y de una franqueza aún más grande, ya se parece un individuo desposeído de la clase entre almidonada y discreta a que lo oficial parece aspirar”, reflexiona en una entrevista de ese año.

Dos años después, volverá al viejo continente acompañada de su hijo donde visitará España e Italia y a su regreso publicará Cimbelina en 1900 y pico y Polixena y la cocinerita.También escribirá La debilidad de míster Dougall, obra inédita al igual que sus producciones de teatro infantil que supo representar en parques y plazas como Blanco…, negro…, blanco, inspirada en el pierrot negro de Leopoldo Lugones.

Desde 1932 frecuentará las reuniones de Signo, donde se encuentra con Roberto Arlt, Enrique Finochieto y Emilio Centurión.

Los pozos y las mascarillas

En 1934 publica su libro de poemas Mundo de siete pozos, el primero de su períodos vanguardista, compuesto en versos libres y que dedicó a su hijo Alejandro. “Poetas como ella nacen cada cien años”, comentó la Mistral al leer el libro en cuya foto de portada aparecía una Alfonsina sonriente de pelo corto, plena a los 40.

Viajaba cada tanto a una casita que su amiga María Fifí Sofía Kusrow tenía en el Real de San Carlos, cerca de Colonia del Sacramento, allí se divertía, daba de comer a las vacas, paseaba descalza por el río y descansaba sus nervios. En ese verano comenzaron sus problemas de salud.​

En este lapso se orientó hacia otro género, los relatos en primera persona, a veces con rasgos autobiográficos donde las ideas no pertenecen ni al espacio ni a la poesía ni tampoco a la nota periodística informativa. Crítica publicó en ocasiones estos relatos y uno titulado Psicología de a dos centavos donde una mujer, Juliana, le cuenta por carta a su amiga Amelia los pormenores de su reciente divorcio.

Este relato narra la historia de una mujer recién divorciada que se aloja en una casa de campo y se enamora de un muchacho veinteañero. La idea del texto es definir a la mujer decente; según la autora, para una mujer normal y decente, tres hombres es el número exacto: uno es el pecadillo prematrimonial, el otro es el esposo y el último el nuevo esposo por divorcio. El relato reveló además el placer que provoca la belleza de un hombre joven.​ 

Alfonsina ya no forma parte del mundo. Lo observa y repudia.

“Para mis manos tu furor divino. 
Que como rueca al pie te subordino 

ya sosegado pozo de mis sombras.”

“Si en el pecho me busca
el corazón mortal.
Mire la roca negra
donde clavado está.

Un cuervo pica siempre,
pero no sangra ya.”

En este lapso se orientó hacia los relatos en primera persona, a veces con rasgos autobiográficos, entre la poesía y el periodismo. Muchos de estos relatos fueron publicados por Crítica, uno de los más comentados fue Psicología de a dos centavos donde define que para una mujer decente, tres hombres es el número exacto: uno como travesura previa, el otro como esposo y el último el nuevo marido tras el divorcio. 

Alfonsina participó de Signos, la peña del Tortoni junto a Quinquela Martín, Juan de Dios Filiberto y Pascual de Rogatis, entre otros, y desde allí se hicieron las primeras emisiones de la radio Stentor y a la que Federico García Lorca no dejó de asistir durante su visita a Buenos Aires -de octubre del 33 a febrero del 34-  y a quien la poetisa había conocido en otra peña, la del hotel Castelar, donde ella cantaba de mesa en mesa tangos como Mano a mano y Yira yira, tal como recuerda Nalé Roxlo. 

Apagadle
la voz de madera,
cavernosa,
arrebujada
en las catacumbas nasales.

Libradlo de ella,
y de sus brazos dulces,
y de su cuerpo terroso.

Forzadle sólo,
antes de lanzarlo
al espacio,
el arco de las cejas
hasta hacerlos puentes
del Atlántico,
del Pacífico...

Por donde los ojos,
navíos extraviados,
circulen
sin puertos
ni orillas...

Vaticina Storni en su poema Retrato de García Lorca publicado en Mundo de los siete pozos.​

Durante una visita a Mar del Plata, en 1935, una ola le pegó en el pecho y le hizo perder el conocimiento por lo que debió ser rescatada por sus amigos, una vez recuperado notó un bulto en su pecho. Ya en Buenos Aires, y acompañada de Benito Quinquela Martín la acompañó a ver José Arce, un reputado especialista, quien la operó el 20 de mayo de 1935 en el sanatorio Arenales. 

Pese a que se suponía que el tumor era benigno, en la cirugía se descubrieron ramificaciones que obligaron a una mastectomía que le dejó grandes cicatrices físicas y emocionales. Se sumió en la reclusión y evitó el contacto humano, Su reposo fue en Los Granados, una casa de la familia Botana en Don Torcuato donde dormía con un revólver por miedo a ser asesinada.​

Tras el reposo, su carácter cambió, no visitó más a sus amistades y no sólo no admitía sus limitaciones físicas sino que no aceptaba los tratamientos médicos. Solo asistió a una sesión de rayos que la dejó exhausta y abandonó. No permitía que su hijo la besara y se lavaba las manos con alcohol todo el tiempo.

El 23 de mayo de 1936, a raíz de la inauguración del obelisco porteño dio conferencias y en una de ellas –Desovillando la raíz porteña-  señaló que la ciudad no tenía ni su poeta, ni su novelista, ni su dramaturgo pero sí su cantante de tango y señaló el sur como su baluarte. En otra ponencia, titulada Teresa de Jesús en sangre en la primera fundación de Buenos Aires puso de relieve las similitudes de su escritura con con la de Teresa y explicó las propiedades de la creatividad femenina. 

En 1937, al saber la noticia del suicidio de su gran amigo Horacio Quiroga, que padecía de su mismo mal, se conmueve hondamente y le dedica un poema, en el cual alaba y aprueba el suicidio: 

“Bien por tu mano firme, gran Horacio... 

Allá dirán. 

Nos hiere cada hora, queda escrito, ¡nos mata la final.
unos minutos menos..., ¿quién te acusa?

Allá dirán. 

Más pudre el miedo, Horacio, que la muerte
que a las espaldas va.

Bebiste bien, que luego sonreías... 
Allá dirán”

En 1937 escribió Mascarilla y trébol su último libro que fue publicado al año siguiente. Compuesto durante sus noches en Bariloche, en él busca una nueva forma de pensar la poesía para explicar al mundo en el que Horacio Quiroga se había entregado a una muerta que, ahora, venía por ella. Su amigo Roberto Giusti se mostró sorprendido por la insistente aparición de la imagen del río y en un reportaje dadmitió que el libro le pareció “carecer de alma”.​  En Mascarilla y trébol la simbología poética alcanza sus cotas más altas, despojadas de sentimentalismo. “Todo parece haber muerto en ella menos la pasión por la belleza, una belleza nueva”, señala, certero, Conrado Nalé Roxlo.

“Cambios psíquicos fundamentales se han operado en mí: en ello hay que buscar la clave de esta relativamente nueva dirección lírica y no en corrientes externas arrastradoras de mi personalidad verdadera”, explicará Alfonsina en el prólogo de un libro cuya mayoría de versos fueron escritos “en pocos minutos a lápiz, en lugar público, un vehículo en movimiento, o en mi lecho, despertándome a deshora; aunque cepillarlos me haya demandado meses”.

Uno de los sonetos más elementales es Palabras manidas a la luna:

Baja: mi corazón te está pidiendo.
Podrido está; lo entrego a tus cuidados.
Pasa tus dedos blancos suavemente
sobre él; quiero dormir, pero en tus linos,
lejano el odio y apagado el miedo;
confesado y humilde y destronado.”

Y el mar, esas “esas grandes pampas de agua”, y el anuncio de lo que vendrá

“Me llevan:
enredaderas invisibles
alargan sus garfios
desde el horizonte:
mi cuello cruje.
Ya camino.
El agua no cede.
Mis hombros se abren en alas.

Toco con sus extremos
los extremos del cielo
bañando el mar...

Amapolas,amapolas,
no hay más que amapolas…”

El 26 de enero durante sus vacaciones en Colonia es invitada por el Ministerio de Instrucción Pública uruguayo a participar de un acto junto a Juana de Ibarbourou y Gabriela Mistral en el que le pedían “que haga en público la confesión de su forma y manera de crear”. La invitación llegó un día antes del encuentro por lo que tuvo que escribir sus apuntes sobre una valija durante el viaje en auto que la llevaba a la capital oriental acompañada por su hijo. Titulada Entre un par de maletas a medio abrir y las manecillas del reloj, su ponencia fue un éxito.

Explicó, igual que las otras escritoras, su forma y manera de crear. Gabriela Mistral la señala como: “abeja inédita, entre las contadas por los poetas griegos; la avispa que en el vuelo se persigue a sí misma, antes de caer sobre el matorral de mirtos; la abeja avispa, que danza un baile desgarrante, buscando su propia carne, para sangrarla en una pirueta de juego que yo le entiendo, que suele hacerme llorar”, mientras que Juana de Ibarbourou la define como “la del verso dúctil y amargo”.

Antes de volver a Buenos Aires pasó por Colonia a ver a su amiga Fifí, con quien durante un paseo se cruzaron con una culebra. “Esto no es bueno para mí” y agregó, riéndose: “Si alguna vez supiera que tengo una enfermedad incurable, me mataría. Alejandro puede defenderse y mi madre no necesita de mí”.  En Buenos Aires se enteró del suicidio de Leopoldo Lugones en un recreo de Tigre y también de la hija de Horacio Quiroga, Eglé, con solo veintiséis años. Fue al Tigre todos los domingos ese año.​

Cuando regresa prepara su Antología poética, en la cual nos aclara que “por mucho que reniegue de mi primer modo, sobrecargado de mieles románticas, debo reconocer, sin embargo, que traía aparejada la posición crítica, hecho universalmente difundido, de una mujer del siglo xx, frente a las tenazas todavía dulces, y a la vez enfriadas, del patriarcado”.

A mediados de 1938 apareció Mascarilla y trébol, libro que decidió inscribir en el concurso nacional de poesía. Al hacerlo, le preguntó al director de la comisión, Juan José de Urquiza “¿Y si uno muere, a quien le pagan el premio?”.​

Del mar a la oscuridad

A los pocos días, le pidió a Fifí hospedarse en su casa Real de San Carlos, pero ella se excusó porque tenía visitas “¿Tenés miedo de que muera en tu casa?, le respondió y decidió partir a Mar del Plata. 

Antes de partir, le confiesa a la escritora Margarita Abella Caprile su deseo de quitarse la vida: “Sufro de una neurastenia tan espantosa que no sé si quitarme la vida. Quizá sea mi última poesía que escriba” en alusión a Romancillo cantable, publicado en La Nación el 16 de octubre de 1938: 
“Para fin de septiembre,
cuando me vaya…
Pasando el río grande;
ésa que te ama
no muere…
verdea como las ramas.”

Dos días después partió desde Constitución, antes de irse le pidió a su hijo que necesitaba que le escribiese. 

Ya en la ciudad balnearia,  Alfonsina le escribió a su hijo dos cartas de contenido ambiguo a su hijo, el 19 y 22 de octubre. Los dolores no la dejan escribir y debe pedir ayuda para enviar unas líneas para su hijo: “No te escribo yo porque me siento un poco cansada. Hago escribir con la mucamita. Suéñame que me hace falta. Te escribo tan sólo para que veas que te quiero. Te besa cariñosamente tu hermana”, y rubrica con un garabato.

El 22 logró además de mandar esa carta para su hijo, enviar otra para Manuel Gálvez en la que le encargaba que a su hijo no le faltase nada y un poema de despedida a La Nación:


“...Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame.
Ponme una lámpara a la cabecera,
una constelación, la que te guste,
todas son buenas; bájala un poquito.

...Gracias... Ah, un encargo,
si él llama nuevamente por teléfono
le dices que no insista, que he salido…”

El domingo 23 necesitó un médico porque ya no soportaba el dolor. El lunes 24 a las once y media se acostó a dormir.​

Hacia la una de la madrugada del martes 25 de octubre de 1938, Alfonsina abandonó su habitación y se dirigió a la playa La Perla. Esa noche su hijo, Alejandro, no pudo dormir. A la mañana siguiente recibe el llamado desde el hotel en la que la dueña le informa que su madre pasó bien la noche. Es que esa mañana, Celinda, la mucama escriba le había llevado el desayuno y como no tuvo respuesta pensó que era mejor que descanse, novedad que informó a la dueña y que esta pasó al hijo. 

No sabía que a las ocho de la mañana los obreros de la Dirección de Puertos Atilio Pierini y Oscar Parisi observaron algo flotando a doscientos metros de la playa La Perla y que podría tratarse de una persona. Pierini se arrojó al agua mientras su compañero denunciaba el evento a la policía. Dos efectivos de la comisaría Primera y la Subprefectura; los cabos Antonio Santana y Dámaso Castro se hicieron cargo del cadáver de una mujer bien vestida y que había estado flotando poco tiempo y que una ambulancia la trasladó a la morgue, donde el doctor Bellati, reconoció a la poetisa.

Un zapato solitario enganchado en unos fierros oxidados delató que Alfonsina se arrojó desde la escollera del Club Argentino de Mujeres a doscientos metros de la costa. 

La noticia corrió como un reguero de pólvora a una velocidad tal que Alejandro se enteró por radio.

“Ha muerto trágicamente Alfonsina Storni, gran poeta de América”,  titularon las quintas y sextas ediciones de los diarios porteños, mientras que Mar del Plata la despedía con un homenaje organizado por el Colegio Nacional de Mar del Plata que duró hasta que el féretro fue conducido a la estación para ser enviado a Buenos Aires en un trayecto tapizado de flores tristes de gente triste. 

Poema póstumo

El diario La Nación recibió el último poema que escribió Alfonsina Storni antes de su muerte.

Su último tren zarpó hacia la capital y arribó a Constitución a las 7.30. ​La esperaban su hijo, sus alumnos del Lavardén, sus amigos Arturo Capdevila, Enrique Banchs, Fermín Estrella Gutiérrez y Manuel Ugarte, quienes condujeron el féretro hasta el Club Argentino de Mujeres en Maipú al 900 donde se llevó a cabo un breve velorio. Ugarte vistió sus manos con unas rosas blancas.​

Cuenta Crítica que el cortejo final demoró una hora en recorrer las pocas cuadras hasta el cementerio de la Recoleta donde aguardaban las previsibles autoridades nacionales y escritores y artistas como Enrique Larreta, Ricardo Rojas, Enrique Banchs, Arturo Capdevila, Manuel Gálvez, Baldomero Fernández Moreno, Oliverio Girondo, Eduardo Mallea, Alejandro Sirio, Augusto Riganelli, Carlos Obligado, Atilio Chiappori, Horacio Rega Molina, Pedro M. Obligado, Amado Villar, Leopoldo Marechal, Centurión, Pascual de Rogatis, Carlos López Buchardo y Camila Olivieri, entre otros.​

Los restos de Alfonsina fueron depositados en la bóveda familiar de Salvadora Onrubia, esposa de Natalio Botana, periodista y director de Crítica, quien corrió con todos los gastos. En 1963 el féretro se trasladó al Recinto de las Personalidades del cementerio de la Chacarita, donde reposan en el interior oscuro de una escultura realizada por Julio César Vergottini.​

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