Para ver en Netflix: Misa de Medianoche, una isla como personaje de una historia inquietante


Misa de Media Noche es la nueva serie de Mike Flanagan que puede verse en Netflix y relata la historia de la Isla Crockett, a la que se puede acceder únicamente a través de un ferry, a bordo del cual llega Riley Flynn (interpretado por Zach Gilford), un alcohólico en rehabilitación que acaba de salir de la cárcel por manejar borracho y provocar un accidente de tránsito que se llevó la vida de una joven.

En la isla lo espera su familia: Ed, su papá, Annie, su mamá, y Warren, su hermano adolescente. Allí también se reencontrará con su amor de la adolescencia, Erin Green (interpretada por Kate Siegel, que conocemos de memoria de las anteriores producciones de Flanagan), quien jugará un papel clave en la serie al correr de los capítulos. “Pueblo chico, infierno grande”, la comunidad de la isla no tardará en posicionarse rápidamente respecto a Riley: quienes apoyan su reinserción y confían en su segunda oportunidad, y quienes lo consideran un asesino que solo trae deshonra.

Al mismo tiempo se produce otra llegada inesperada a la isla, el Padre Paul Hill (interpretado por Hamish Linklater) aparece en reemplazo de Monseñor Pruitt, el viejo y querido clérigo que opera como cara visible de la iglesia de Crockett, y que suponemos muy enfermo y transitando su recuperación en tierra firme. Allí el Padre Paul se rodeará de los más fieles, que se pondrán a su disposición desde su llegada: Bev Keane (Samantha Sloyan), Sturge (Matt Biedel) y el matrimonio de Dolly Scarborough y Wade Scarborough, alcalde de la isla (en la piel de Crystal Balint y Michael Trucco).

La isla Crockett

En Misa de medianoche la isla ocupa su propio lugar casi como personaje en sí, con el que tenemos una relación plenamente intimista al ver todas las personalidades que la habitan. Desde el primer capítulo de la serie podemos decodificar rápidamente que la religión va a jugar un papel fundamental en el recorrido del relato, la iglesia y la misa diaria son uno de los pilares de la gente de Crockett, y se establece una clara diferencia entre los fieles devotos, y los que no lo son tanto, como Riley o la doctora Sarah Gunning. 

Desde la llegada del Padre Paul, los eventos extraños no tardan mucho en hacerse presentes. Un temporal que azota la isla como no lo hacía en años, decenas de gatos que amanecen muertos en las costas, y apariciones extrañas por las noches, como para empezar a caldear las aguas. A todo esto, lo procede una serie de hechos inexplicables y sobrenaturales que empiezan a hacerse presentes entre la gente de Crockett, que no tarda en ponerle una impronta religiosa y milagrosa a lo que acontece. Paul Hill al frente de la Iglesia comanda este “operativo milagro” y poco a poco va atrayendo más fieles a escuchar su palabra que les resulta de un fervor fresco y renovado. Es un personaje que desde su presentación está rodeado de un halo de misterio y de incertidumbre que traspasa la pantalla con facilidad provocando que pensemos que sin dudas hay algo raro.

El éxito de La maldición de Hill House (2018) y de La maldición de Bly Manor (2020), dos series de Netflix también dirigidas por Flanagan que lograron dar el salto desde la aceptación de un público de nicho, devoto de las producciones de terror, a un apoyo masivo de miles y miles de espectadores. Las expectativas frente a Misa de medianoche fueron altas desde que se anunció su estreno, incluso el director ha declarado “Voy a admitirlo ya. ‘Misa de medianoche’ es mi proyecto favorito hasta la fecha.”

Esta tercera apuesta del reconocido director, es su mejor acierto. Se coloca desde el inicio en un escalón mucho más alto, con pretensiones mayores y exhibiendo un nivel superior a la hora de crear una pieza con mucha profundidad. Se nutre de manera consciente y medida de las herramientas propias del género para dejar en claro que es, sin dudas, una serie de terror: la utilización de los jump-scare (recurso utilizado para asustar, generalmente determinado por una rápida aparición en pantalla que sorprende acompañada por el sonido) está puesta en pequeñas y necesarias dosis sin hacer abuso de ellas, como generalmente pasa en muchas películas y series de terror. Mike Flanagan tiene un manejo de los tiempos que resulta brillante: en la mayoría de los capítulos, sobre todo en los que se encuentran justo en la mitad del desarrollo de la serie, vemos escenas completas en las que aparentemente no pasa nada, pero pasa de todo. Los protagonistas de estas escenas suelen ser el Padre Paul y Riley, que charlan mano a mano por las noches en un intento de “alcohólicos anónimos” dentro de la isla. Estas conversaciones se nos presentan a través de una cámara que incesantemente nos transmite extrañamiento: los planos utilizados son raros, con demasiado aire arriba o detrás de los personajes, que están enfrentados y casi nunca los vemos en un mismo plano. Alrededor de ellos el ambiente es muy oscuro, y hay varias puertas, por lo que, a partir de los silencios, la cámara y el sonido que acompaña, nos pasamos todo el largo de la escena esperando que aparezca algo que nos asuste.

El poder de los ritos

Flanagan se alimenta de todos estos recursos como herramientas para contar y enfocarse en algo mucho más importante. El subtexto y el simbolismo de Misa de medianoche está todo el tiempo ahí, no hace falta esforzarse mucho para verlo. Hay una clara búsqueda crítica al ámbito y a los ritos religiosos, al inmenso poder de organización que tiene el catolicismo dentro de las comunidades pequeñas, logrando niveles de pregnancia inusitados. También marca una diferenciación dentro de las filas de la iglesia: los que desde una posición política de liderazgo hacen uso de la religión como mecanismo totalitario y de control, estableciendo separaciones casi desde la competencia entre los puros, que van a la iglesia y dedican su vida a la palabra de Dios, y los impuros, aquellos que con suerte habrán pisado la iglesia alguna vez (este tipo de ideología religiosa está claramente representado por Bev Keane), y por otro lado, los que a través de la religión buscan ser un eslabón de la cadena más importante: la difusión y práctica del catolicismo en búsqueda de consumar un bien mayor, un bien por el resto. 

La muerte sobrevuela esta historia todo el tiempo, y es interesante detenerse en este punto: las tres producciones de este director, anteriormente mencionadas, están mediadas por la muerte. Es curiosa la forma en la que no parece existir un plano de los vivos, y otro de los muertos, en el que hay un objeto, un portal, o algo en particular que funcione como limbo entre estos dos planos. Las historias que Flanagan cuenta tienen como característica, que los vivos conviven con los muertos todo el tiempo, y las historias de unos con los otros se entrelazan tejiendo una nueva historia donde ambos coexisten. Dentro de estas narrativas, cabe hacer una diferenciación: tanto en La maldición de Hill House como en La maldición de Bly Manor, los muertos aparecen como espíritus, fantasmas, acechando a los vivos todo el tiempo dentro de una misma casa, hay una extraña aceptación por la muerte en sí misma, no se busca revertir la muerte sino darle a través de los personajes que funcionan como espíritus, un espesor y una densidad. Un rostro, un cuerpo, una voz. En Misa de Medianoche la muerte está estrechamente ligada con un discurso católico, por lo que está vista como un medio para. Un medio para la vida. La vida después de la muerte, porque solamente se entregan a la muerte, aquellos que tienen fe en la resurrección: “Moriremos por el Señor”. Bajo esta premisa Flanagan se mantiene con el pulso firme hacia un final coherente con las ideas que sostiene a lo largo de los 7 capítulos: un final católico. No existe la justicia de los hombres, solo la justicia divina.