23 de septiembre de 1850
José Gervasio Artigas supo que no le quedaba mucho tiempo y mientras la poca gente que lo velaba le insistía que se dejase llevar a la casa de Carlos López, él se negaba: “Yo no debo morir en la cama, sino montado sobre mi caballo; traigan a Morito que voy a montarlo”.
Fue su fiel Ansina el que le cerró los ojos y al rato una carreta llevó sus restos al cementerio junto con un breve cortejo: Julián Ayala, Alejandro García, Ramón Paz y Benigno López, un hijo del presidente. Hasta en la muerte, y como siempre, dos de sus negros orientales, Manuel Liberto y Ansina.
“Tercer sepulcro del número 26 del cementerio general… José Artigas, extranjero”, escribieron en el registro para indicar que ahí descansaba ese oriental nacido el 19 de junio de 1764 en la Montevideo que aún dependía de Lima el tercero de los seis hijos de un matrimonio respetable y de ‘gente de orden’, lo bautizarán José Gervasio y será conocido como Artigas, Jefe de los orientales y Protector de los pueblos libres.
Educado de acuerdo a su rango por franciscanos, a los 12 su vida entra en una suerte de cono de sombras tras su marcha a la chacra de su padre donde entabló relación con negros, gauchos e indios,, y se hizo jinete y paisano. Se lo ve en la frontera lusobrasileña llevando y trayendo ganado de dudoso origen siempre en compañía de los charrúas donde habría tenido a su primer mujer y su primogénito: Manuel, el Caciquillo.
Fuera de los círculos montevideanos, la vida de Artigas tenía como escenario las cuchillas, las misiones y la frontera, allí se unió a Isabel Sánchez Velásquez con quien tuvo cuatro hijos, al que hay que sumar otro que tuvo con una mujer cuyo nombre desconocemos.
Con 33 años, se acoge a una amnistía e ingresa como soldado raso al cuerpo de Blandengues, una milicia creada para defender la frontera oriental contra el avance de los portugueses. Maduro, con seis hijo y soldado raso. Era 1797.
Durante ocupación británica de Buenos Aires en 1806 organizó de acuerdo con Juan Martín de Pueyrredón una fuerza de 300 hombres que no entraría en combate. El maduro soldado raso ya era capitán de milicias. Viudo, se casaría con su prima Rosalía Rafaela Villagrán con quien tendría otros tres hijos.
Tras los sucesos de Mayo en 1810, Artigas fue enviado para devolver los cinco pueblos entrerrianos a la causa del virrey, pero fue derrotado. Sin embargo, la Junta porteña ya había puesto sus ojos en él.
Primer jefe de los Orientales
Las gestiones para cooptarlo a él ya José Rondeau -luego transformados en enemigos-. dieron resultado y el 15 de febrero de 1811 Artigas desertó y ofreció sus servicios al gobierno juntista que lo ascendió a teniente coronel, y lo dotó con 150 hombres y 200 pesos para sublevar la Banda Oriental contra el virrey Javier de Elío a quien derrotó el 18 de mayo en Las Piedras para, luego, poner sitio a Montevideo. Tenía 47 años cuando fue consagrado como Primer Jefe de los Orientales, convocó a un congreso en Maroñas donde proclamó la provincia Oriental en el marco de un estado federal. El conflicto con Buenos Aires no tardaría en llegar.
Tras el armisticio entre De Elío y la Junta, se levantó el sitio y Artigas fue nombrado al frente del departamento de Yapeyú, en las Misiones cargo que se asemajaba a un destierro pero que asumió. Con él fueron más mil carretas y 16 000 personas que cruzaron el Uruguay y acamparon al norte de la actual ciudad entrerriana de Concordia. Era el Éxodo oriental.
Desde ese espacio, Artigas desarrolló un verdadero gobierno y consolidó ideas y lealtades. Testigos cuentan que marchaba por el campamento rodeado de cuatro secretarios a quienes dictaba al mismo tiempo: a uno una normativa sobre la tierra pública, a otro una carta para un jefe sanducero, a otro una nota para resolver un conflicto o un reglamento educativo.
Tras el armisticio, se reanudó el sitio de Montevideo, Buenos Aires había designado a Manuel de Sarratea como una suerte de comisario político que le hizo la vida imposible a Artigas quien recién se unió al asedio cuando éste se retiró.
Independencia, libertad y confederación
“Mi autoridad emana de vosotros y ella cesa ante vuestra presencia soberana”, declaró Artigas en el campamento sitiador a los diputados orientales electos para representar a su provincia en la Asamblea General Constituyente que se celebraría en Buenos Aires durante 1813. Ellos llevarían el siguiente mandato: Independencia, igualdad de las provincias, libertad civil y religiosa, república, federalismo y confederación.
Nunca llegaron a plantear sus puntos pues la Asamblea rechazó los títulos y admitió a los asambleístas elegidos en el congreso convocado por Rondeau.
Tras el desaire, Artigas dejó el sitio y sus lugartenientes se dedicaron a consolidar su poder en el interior de la Banda Oriental y Entre Ríos. El unitario Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata, Gervasio Antonio Posadas, lo decretó “infame, privado de sus empleos, fuera de la Ley y enemigo de la Patria”. En medio de esos conflictos, se las rebuscó para procrear otros dos hijos.
“La cuestión es sólo entre la libertad y el despotismo. Nuestros opresores, no por su patria, sino por serlo, forman el objeto de nuestro odio”, escribió Artigas
Mientras Artigas organizaba su Unión de los Pueblos Libres, Rondeau fue reemplazado al frente de las tropas que sitiaban Montevideo por Carlos María de Alvear quien gracias a la victorias navales de Guillermo Brown en Martín García y Buceo tomó la plaza el 20 de junio de 1814 pero no la conservó demasiado tiempo: la entregó en enero de 1815 tras la victoria del artiguista Fructuoso Rivera en la batalla de Guayabos.
Ante la derrota, Alvear, la ofreció la independencia de la Provincia Oriental cosa que el Protector rechazó. Por el contrario, lideró la resistencia de los federales de Corrientes y Santa Fe contra el Directorio que no dejaría de combatirlo.
Artigas instaló su campamento en Purificación, al norte de Paysandú, el núcleo de su Liga Federal era descrito por un comerciante escocés como la sede “de 1500 seguidores andrajosos… principalmente sacados de los decaídos establecimientos jesuíticos, admirables jinetes y endurecidos en toda clase de privaciones y fatigas.”
El 29 de junio de ese año 1815 se reunió en Concepción del Uruguay Congreso de los Pueblos Libres o Congreso de Oriente. Si bien sus actas se extraviaron, hay acuerdo en que fue convocado para buscar un arreglo con Buenos Aires ante la inminencia de una expedición naval española y que se declaró la independencia de Córdoba, Corrientes, Entre Ríos, Misiones, Santa Fe y la Banda Oriental.
“La soberanía particular de los pueblos será precisamente declarada y ostentada, como objeto único de nuestra revolución; la unidad federal de todos los pueblos e independencia no solo de España sino de todo poder extranjero (…)” decían las instrucciones de los delegados que Artigas envió a Buenos Aires. Fueron detenidos en Buenos Aires, y el nuevo director invadió Santa Fe.
Mientras tanto, el congreso sancionó el Reglamento provisorio de la Provincia Oriental para el fomento de su campaña y seguridad de sus hacendados considerada la primera reforma agraria de América que expropiaba y las repartía las tierras entre aquellos que la trabajaban “con la prevención que los más infelices sean los más privilegiados”.
En Purificación contrajo un nuevo matrimonio. La dichosa fue una lancera paraguaya llamada Melchora Cuenca, una jovencita que les proveía de vituallas de parte de la junta de Asunción. Tuvieron otros dos hijos.
El Protector de los pueblos libres
Tras la declaración de la independencia de las Provincias Unidas en el Congreso de Tucumán, donde no hubo representantes de la Liga de los Pueblos Libres, Artigas representaba un problema tanto para los directoriales porteños como para el Reino de Portugal, Brasil y Algarve que en agosto de 1816 invadió la Banda Oriental, para lo que contó con el aval de Buenos Aires.
Durante cuatro años Artigas y la paisanada, acompañados de Juan Antonio Lavalleja, Fernando Otorgués, Fructuoso Rivera, Andrés Latorre, Manuel Oribe, el indio misionero Andrés Guazurarí, -‘Andresito’ a quien quería como a un hijo- resistieron a los mercenarios alemanes de Carlos Federico Lecor quien en 1817 entraba en Montevideo. En medio de las penurias y las derrotas, en sus campamentos se insistía en la importancia de la educación pública. “Sean los orientales tan ilustrados como valientes”, fue uno de los santos y señas de sus tropas.
No conforme con pelear contra los lusitanos, Artigas declaró la guerra a Buenos Aires. “Hablaré por esta vez y hablaré para siempre. Vuestra Excelencia es responsable ante la Patria de su inacción y perfidia contra los intereses generales. Algún día se levantará ese tribunal severo de la Nación, y administrará justicia equitativa y recta para todos”, escribió a Pueyrredón.
Anteriormente, el gobierno porteño había ofrecido ayuda si el Protector reconocía su autoridad y abandonaba la lucha por la autonomía. Los cabildante de Montevideo aceptaron. “El Jefe de los Orientales ha manifestado en todo tiempo que ama demasiado a su patria, para sacrificar este rico patrimonio de los orientales al vil precio de la necesidad”, los fulminó Artigas.
Derrotado en Tacuarembó y tras el pase de Rivera al ejército de ocupación, se traslada a Entre Ríos donde gobernaba Francisco Ramírez quien junto al gobernador de Santa Fé, Estanislao López, vencieron al Directorio en Cepeda. Tras su caída, asume como gobernador, el archienemigo del oriental: Manuel de Sarratea quien firma con López y Ramírez el Tratado del Pilar. La guerra entre el protector y sus lugartenientes estaba servida.
“He de prevenirle que si no retrocede en el camino criminal que ha tomado, me veré obligado a usar la fuerza, pues yo también tengo que arrepentirme de haberlo elegido a V.S. y de haberlo propuesto al amor de los pueblos libres para que hoy tenga los medios de traicionarme”, intimaba Artigas a su ex ladero.
Con apoyo del porteño, Ramírez atacó a Artigas al que derrotó en Las Tunas, cerca de Paraná, para perseguirlo hacia Corrientes donde el Protector fue protegido por el jefe guaraní Francisco Javier Sití. Rodeado y solo, cruzó el Paraná para asilarse en Paraguay.
Era el el 5 de septiembre de 1820. Tenía 56 años.
Derrota, exilio y muerte
En Paraguay el dictador José Gaspar Rodríguez de Francia lo asiló pero se aseguró que no tuviera ninguna influencia política. Se le prohibieron los encuentros y la correspondencia. Estaba sólo con su compañero de todas las campañas: el ‘Negro’ Ansina, un esclavo que compró en sus tiempos oscuros para darle libertad.
Los 33 Orientales, las sableadas de Ituzaingó donde los rioplatenses aplastaron al imperio, las hazañas de Brown, la independencia uruguaya, le llegaron como noticias lejanas a la villa de San Isidro Labrador de Curuguaty donde estaba confinado, viviendo como un agricultor desconocido, aunque se hizo tiempo para conocer a Clara, su última compañera, con quien tuvo -a los 60 años- a su último hijo.
Tras la muerte de Rodríguez de Francia, en 1840, fue arrestado hasta que el primer presidente constitucional de Paraguay, Carlos Antonio López, ordenó su traslado a Asunción donde vivió en la quinta del Ybyray y se transformó en una especie de leyenda para sus vecinos.
De esa época es la litografía de Alfred Demersay, su único retrato auténtico, y en el que habría inspirado el artista uruguayo Juan Manuel Blanes para sus obras que terminaron conformando la versión canónica del Protector como un hombre maduro de gesto adusto y mirada firme.
“¡Mi caballo! ¡Tráiganme mi caballo!”, ordenó el 23 de septiembre de 1850. Al rato se murió. Tenía 86 años. Su cadáver fue llevado al cementerio asunceno de la Recoleta en una carreta. Lo acompañaron un par de nombres y Ansina.
Durante cinco años reposaron allí los restos de a quien los paraguayos y guaraníes llamaron Karay Guazú (Gran Señor), título que también le dieron a Rodríguez de Francia y Francisco Solano López. También fue conocido como Oberavá Karay (Señor que resplandece).