A 55 años de la caída de Arturo Illia

El 28 de junio de 1966 un golpe militar derrocaba al radical Arturo Umberto Illia: "El país les recriminará siempre esta usurpación y hasta dudo que sus propias conciencias puedan explicar lo hecho”. vaticinó Illia ese día.

28 de junio de 1966 

2.45 de la mañana: “Hay normalidad en todo el país. Las fuerzas armadas controlan la situación”. 

Casa Rosada: un grupo de colaboradores del presidente, Arturo Umberto Illia, entre ellos Emilio Gibaja, Luis Pico Estrada, Edelmiro Solari Yrigoyen y Gustavo Soler deciden dejar constancia escrita de los acontecimientos que vendrían. De allí estas citas.

Los hechos

5 de la mañana:  “irrumpen en su despacho el general [Julio] Alsogaray y los coroneles Perlinger, González, Miatello, Prémoli y Corbetta.”

Le exigen al presidente que deje de atender a un ciudadano a quien le está dedicando una foto. Illia se niega y le espeta a Alsogaray: “Este muchacho es mucho más que usted, es un ciudadano digno y noble, ¿Qué es lo que quiere?”

“Vengo a cumplir órdenes del Comandante en Jefe”, responde Alsogaray.

“El comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas soy yo; mi autoridad emana de esa Constitución que nosotros hemos cumplido y que usted ha jurado cumplir. A lo sumo usted es un general sublevado que engaña a sus soldados y se aprovecha de la juventud que no quiere ni siente esto”, le reprocha Illia quien le recuerda que “no representa a las Fuerzas Armadas, sólo representa a un grupo de insurrectos”.

Y completa la acusación: “Usted, además, es un usurpador que se vale de la fuerza de los cañones y de los soldados de la Constitución para desatar la fuerza contra la misma Constitución, contra la ley, contra el pueblo. Usted y quienes lo acompañan actúan como salteadores nocturnos, que, como los bandidos, aparecen de madrugada.”

“Con el fin de evitar actos de violencia lo invito nuevamente a que haga abandono de la Casa”, lo intima el general.

“¿De qué violencia me habla? La violencia la acaban de desatar ustedes en la República. Ustedes provocan la violencia, yo he predicado en todo el país la paz y la concordia entre los argentinos, he asegurado la libertad y ustedes no han querido hacerse eco de mi prédica. Ustedes no tienen nada que ver con el Ejército de San Martín y de Belgrano, le han causado muchos males a la patria y se los seguirán causando con estos actos.  El país les recriminará siempre esta usurpación y hasta dudo que sus propias conciencias puedan explicar lo hecho”. insiste el presidente.

“¡Ustedes se escudan cómodamente en la fuerza de los cañones! ¡Usted, general, es un cobarde, que mano  a mano no sería capaz de ejecutar semejante atropello!”, lo desafía al general alzado. 

Los insurrectos se retiraron del despacho cuando Emma Illia.la hija del presidente, se le planta a Alsogaray y le grita: ”traidor, hijo de puta te maldigo a vos y a toda tu estirpe, van a caer todos ustedes…”

7.25 de la mañana. La Guardia de Infantería de la Policía Federal, con armas en la mano, toma posición frente al sillón de Rivadavia y rodea al presidente y sus colaboradores. Al frente, un hombre vestido de civil que se presenta como el coronel Luis César Perlinger.

“Yo sé que su conciencia le va a reprochar lo que está haciendo.A muchos de ustedes les dará vergüenza cumplir las órdenes que les imparten estos indignos, que ni siquiera son sus jefes. Algún día tendrán que contar a sus hijos estos momentos. Sentirán vergüenza. Ahora, como en la otra tiranía, cuando nos venían a buscar a nuestras casas también de madrugada, se da el mismo argumento de entonces para cometer aquellos atropellos: ¡cumplimos órdenes!”, le advierte el presidente.

“Usaremos la fuerza”. amenaza Perlinger. A lo que Illia responde: “Es lo único que tienen.”

Los sacaron a empujones. Al rato asumiría la presidencia el general Juan Carlos Onganía. Comenzaba la Revolución Argentina, una nueva dictadura que duraría siete años y marcaría el comienzo de la decadencia argentina.

La realidad

Hoy muchos anhelan un Mujica. Tuvimos uno y aún más antimperialista y con mejores resultados que el oriental. Lo echaron en medio de la indiferencia general.  Hoy lo recordamos casi en bronce porque siempre es más fácil recordar un mito que seguir su ejemplo.

Illia fue mucho más que un honesto y bonachón médico de pueblo que tenía en la entrada de su consultorio una escudilla donde la gente que podía pagar le dejaba algo y la que necesitaba se llevaba algo. Illia fue un estadista comprometido con la causa de los desposeídos, con la reparación y con la emancipación de la patria.

Creó el Plan Nacional de Alfabetización y la participación de la educación en el PBI del 12% en 1963 al 17% en 1964 y al 23% en 1965. Además, impulsó la investigación científica y respetó la autonomía universitaria.

Creó el Salario mínimo, vital y móvil, y el Consejo Nacional del Salario para el control de la capacidad adquisitiva de los trabajadores. En tres años de gobierno el salario real se incrementó el 8%, la tasa de desempleo bajó del 8,8% en 1963 al 5,2% en 1966, y la participación del trabajo en los ingresos fue del 36,4% en 1964, al 38% en 1965 y al 41% en 1966.

Impulsó el Plan Nacional de Desarrollo 1964-1969 y la actividad industrial creció 18,9% en 1964 y 13,8% en 1965, mientras que el PBI creció 10,3% y 9,1% en 1964 y 1965.

Las exportaciones argentinas fueron en 1966 un 60% más que en 1961 y se efectuó la primera exportación de granos a China rompiendo la bipolaridad de la Guerra Fría.

Anuló los contratos petroleros firmados por Frondizi. Se le impusieron al Club de París las condiciones de pago y la deuda externa se redujo de 3400 millones de dólares a 2600 en tres años.

Sancionó una Ley de Medicamentos contraria a los intereses de los grandes laboratorios y fundó el Instituto de Hemoderivados con sede en Córdoba, financiado con los gastos de representación que correspondían al Presidente.

Se consiguió la resolución 1065 de ONU que obliga al Reino Unido a discutir la soberanía de Malvinas y no se mandaron tropas a invadir junto a los EEUU la República Dominicana.

Excepto para financiar el viaje de la Comedia Nacional que nos representaba en el festival de teatro de París nunca se usaron los fondos reservados, no hubo presos políticos y no se dictó el estado de sitio.

El legado

Cuando abandonó la Rosada, declaró ante el Escribano Mayor de la Casa de Gobierno los siguientes bienes: su casa y su consultorio; tres trajes grises; un traje negro; dos sacos sport; tres camperas; cuatro pulloveres; ocho camisas de vestir; cuatro camisas de manga corta; diez pares de medias; tres pares de zapatos negros; un par de chinelas; un desavillé; una salida de baño; ocho juegos de ropa interior; diez corbatas; tres pijamas; un par de anteojos negros y un portafolio. No tenía auto: lo había tenido que vender.

Rechazó la jubilación que por ley le correspondía y se ganó la vida ejerciendo su profesión y trabajando en la panadería de un amigo.

“Hace 10 años el Ejército me ordenó que procediera a desalojar el despacho presidencial. usted avanzó hacia mí y me repitió varias veces: ‘Sus hijos se lo van a reprochar’. ¡Tenía tanta razón! Hace tiempo que yo me lo reprocho porque entonces caí ingenuamente en la trampa de contribuir a desalojar un movimiento auténticamente nacional para terminar viendo en el manejo de la economía a un Krieger Vasena.

Ud. me dio esa madrugada una inolvidable lección de civismo.

El público reconocimiento que en 1976 hice de mi error, si bien no puede reparar el daño causado, da a usted, uno de los grandes demócratas de nuestro país, la satisfacción que su último acto de gobierno fue transformar en auténtico demócrata a quien lo estaba expulsando por la fuerza de las armas, de su cargo constitucional.

Hace unos días en General Roca, Ernesto Sábato dijo a la prensa: ‘¿Sabe qué tendrían que hacer los militares después de este desastre final que estamos presenciando? Ir en procesión hasta la casa del Dr. Illia para pedirle perdón por lo que hicieron’.

El mensaje de Sábato  me ha llevado a escribirle estas líneas que pretenden condensar:
Mi pedido de perdón por la acción realizada en 1966.
Mi agradecimiento por la lección que Ud. me dio.
Mi admiración a Ud., en quien reconozco a uno de los demócratas más auténticos y uno de los hombres de principios más firmes de nuestro país.

Quiero aclarar que de Ud. hacia mí sólo espero su perdón y que de mí hacia Ud. le deseo todo el bien que el destino le pueda deparar.”

Firmaba la carta el coronel Luis César Perlinger, el hombre que había comandado el desalojo de la Rosada.

Illia había nacido el 4 de agosto de 1900 en Pergamino y murió el 18 de enero de 1983 en Córdoba.