¿Podría el kirchnerismo entregarle la provincia a Massa o a un intendente?


El kirchnerismo, en su camino hacia la consolidación como espacio político perdurable en el tiempo, se puede permitir muchas iniciativas originales y audaces, como la apertura de la fórmula presidencial para integrar al dirigente menos cristinista de su equipo, o incluso otras, tan atrevidas como esa, que podrían venir. Hay una sola cosa que no se puede permitir, so pena de perderlo todo: ceder el control político y, eventualmente, institucional de la provincia de Buenos Aires.

Con una mirada larga, cualquiera puede advertir que el control político de la más grande provincia argentina fue un objetivo estratégico de ese espacio desde que Néstor Kirchner asumió la presidencia. Apenas transcurridos los primeros dos años de gestión del santacruceño, Cristina Fernández de Kirchner apeló a su condición de bonaerense de nacimiento para disputarle al duhaldismo la senaduría nacional, que finalmente le arrebató a Chiche Duhalde. Aquella se planteó entonces como la madre de todas las batallas en la guerra por la independencia política del kirchnerismo.

Desde aquel triunfo, el kirchnerismo se preocupó por cultivar el poder en ese territorio. Liquidó a Felipe Solá ante el temor de que pretendiera construir poder propio y le prestó el territorio al porteño Daniel Scioli, a quien mantuvo controlado durante ocho años a fuerza de presión política y disciplina de billetera. Fueron años en los que se inauguró la política del contacto directo entre presidente e intendentes del conurbano, tanto para ignorar al Gobernador como para fortalecer los lazos con los dueños del poder territorial. Entonces eran frecuentes los encuentros individuales entre Néstor Kirchner y los jefes comunales, que ampliaron su poder e influencia en desmedro del mandatario provincial.

Otra vez Buenos Aires

Al finalizar su mandato, Cristina se refugió un tiempo en Calafate, pero enseguida volvió para ser candidata a senadora por la provincia, y desde ahí mantuvo un control férreo del peronismo bonaerense, no por capricho, sino a fuerza del respaldo popular a su figura, que los intendentes comprobaban en cada medición hecha en sus propios distritos.

Aún hoy, la base del poder político de Cristina Fernández de Kirchner está en el conurbano bonaerense. Las encuestas, sobre todo en el sur y el oeste de ese territorio, le dan niveles de respaldo cercanos a los de su apogeo, y hay municipios del segundo cordón en los supera con holgura el 60 por ciento de intención de voto.

Un conurbano que, además de guardar mejores recuerdos en cuanto a calidad de vida de aquellos años, está compuesto en buena medida por un sector social permeable a un discurso progresista, inclusivo, que atiende a las demandas de las clases medias bajas y bajas de este gran conglomerado suburbano de origen industrial.

Conurbano, territorio K

Por lo tanto, hay razones políticas y probablemente hasta sociológicas para considerar que el peronismo bonaerense es kirchnerista, y que el kirchnerismo se hace fuerte a nivel nacional a partir de ser el peronismo bonaerense. Sobre todo, porque el Gran Buenos Aires es la región del país con mayor peso electoral al concentrar unos 10 millones de votantes, algo así como el 23 por ciento del total nacional.

Por eso, en un contexto de reorganización y reagrupamiento para una estrategia de largo plazo, el kirchnerismo -entendido no como la totalidad del peronismo nacional sino como un sector interno poderoso de esa fuerza política poderosa-, puede permitirse incluso ceder presencia directa en una fórmula nacional, pero nunca arriesgarse a perder el control provincial.

Desde esta perspectiva, y con el diario del lunes, no es difícil entender que es más probable que el kirchnerismo acepte estar subrepresentado en una fórmula presidencial para el próximo período a que entregue la candidatura a gobernador a manos de un candidato que no sea de su riñón.

Entregar la fortaleza

Cederle la postulación bonaerense a Sergio Massa o incluso a algún intendente -que en general no son parte del cristinismo puro- para que gobierne junto a un presidente no será Cristina debilitaría la posición de fuerza relativa del kirchnerismo ante el nuevo mandatario nacional y pondría en riesgo el control político sobre la principal provincia argentina -su principal activo-construido con tanto trabajo y dedicación a lo largo de los años.

Si el votante peronista bonaerense es kirchnerista, si el corazón del poder político kirchnerista está en este territorio, si el kirchnerismo tiene candidatos propios competitivos que pueden quedarse con la gobernación y desde ahí monitorear la marcha del gobierno nacional, si puede por sí preservar el control institucional de un Estado de dimensiones considerables, si ya ofreció espacio de poder en la fórmula nacional en favor de la unidad, por qué le entregaría también el territorio bonaerense a un candidato de otro sector político.

La política argentina ha perdido en los últimos años la posibilidad de ser analizada prospectivamente en función de la fluidez de sus estructuras políticas y de la mayoría de sus principales dirigentes. Pero si algo de racionalidad queda, el candidato a gobernador bonaerense por ese espacio no será ni Sergio Massa ni algún intendente. Será el más cristinista de los candidatos disponibles.