Bitácora de la Pandemia – Día 14


Decimocuarto día de aislamiento. 1265 infectados. 36 muertos

Entrando en la segunda semana, el aislamiento parece ser menos duro para la psiquis. Luego del impacto de la prohibición de pisar la calle, los días le fueron devolviendo cierto orden a la vida. Nuevas rutinas reemplazaron a las antiguas y parece menos traumático estar encerrado. Supongo que algo parecido le debe pasar a un preso, los primeros días en la cárcel deben ser intolerables, pero cuando los olores, los colores, las caras, las formas, los hábitos empiezan a volverse familiares la vida se vuelve más vivible. Es como si las personas tuviéramos la capacidad de adaptarnos a casi cualquier escenario y seguir viviendo. Probablemente esa capacidad casi animal de seguir pese a todo haya sido la que le permitió a nuestra especie perdurar durante milenios. Creo que era Sábato en Sobre Héroes y Tumbas el que asimiló la capacidad de seguir delante de los seres humanos con el comportamiento de las hormigas, que aún después de patearles el hormiguero vuelven rápidamente, sin destajo, a reconstruir lo destruido y seguir adelante. No queda claro si hay ahí un comportamiento abnegado que merezca ser reconocido o simplemente se trata de un comportamiento automático sin mérito alguno más que la utilidad práctica de poder seguir adelante. En cualquier caso, vamos hacia la tercera semana de encierro, y se podría decir que no es lo peor que nos está pasando.

Las peores noticias siguen llegando de afuera de las fronteras. El mundo alcanzó hoy el millón de contagiados y la cifra de muertos por el Covid-19 se acerca velozmente a los 50 mil.  Literalmente el mundo se tiñe del rojo pandemia en los mapas que siguen la evolución de la enfermedad. El displicente Estados Unidos, que miraba con desdén, primero a China, luego a Italia y finalmente a España, se ha transformado en el epicentro de la pandemia con casi 250 mil infectados y más de 4 mil muertos, pocos al lado de los 200 mil que esperan en el mejor de los escenarios. Si alguna imagen cinematográfica le faltaba a esta película eran los camiones refrigerados para transportar alimentos usados en esta semana para cargar cadáveres en las calles de Nueva York, y el Central Park ocupado por un hospital de campaña. Hoy fue el día con más registro de víctimas fatales en ese país, con más de mil. Si Estados Unidos colapsa, que nos puede esperar a los mortales del mundo.

Italia y España siguen abrazadas a su suerte mediterránea. No hay buenas noticias desde allí. Las víctimas fatales siguen contándose de a muchos cientos por día. Seiscientos, setecientos, ochocientos. La parálisis en esos países es total y la pandemia no afloja.

Aquí también, lo que más me sorprende es la familiaridad con la que podemos hablar de muertos. Si hace un mes un atentado se cobraba la vida de 40 personas era noticia durante semanas, pero hoy menos de setecientos muertos por día en un país no merecen nuestra atención pública.

En Argentina todavía no lo vemos. Es como esas guerras que un país libra fuera de su territorio, las bajas todavía no se ven en casa. 36 muertos son 36 tragedias, sí, pero es un número que se disuelve en 45 millones de habitantes. La muerte del coronavirus no está en la calle, y eso todavía le da cierto aire de irrealidad a lo que estamos viviendo. De todos modos se sabe que la ola va a venir, se está esperando, pero por ahora no hay indicios de que esté cerca, y eso es también exasperante. Hombre muerto caminando (Dead man walking) le llaman los norteamericanos a los presos condenados a muerte en los días que transcurren entre el dictado de la sentencia y su cumplimiento. Bueno, es como si estuviéramos en es patíbulo, sabiendo que la condena se va a cumplir, pero no sabemos cuándo exactamente.

La muerte vestida de virus va a llegar en masa, pero podríamos decir que todavía no lo hizo, que blande su guadaña, pero que no ruedan las cabezas, y esa amenaza atormenta casi tanto como la muerte misma.

En los barrios la cuarentena parece irse relajando casi al mismo tiempo que la plata se agota. La falta de productos y los precios de los alimentos por los aires suman preocupaciones a aquellas familias en las que se interrumpió el flujo de dinero. La recaudación de impuestos cayó a niveles inimaginables, y el desplome de la actividad económica parece haber llegado para quedarse.

Por ahora, el gobierno no va a avanzar con una suerte de expropiación de recursos de los sanatorios y clínicas privadas como había anunciado, pero nadie sabe que puede pasar si la crisis empeora. Ganar tiempo, eso es lo único que importa. Ganar tiempo para que no colapse el sistema sanitario, para que muera menos gente, o incluso para esperar el milagro de la cura que convierta al coronavirus en la gripecita que algunos invocaron y que hoy no es.