Eduardo, la selección, la pandemia y el doble estándar argentino


Eduardo llegó del exterior el jueves al mediodía, con su examen de PCR en la mano y dispuesto a hacerse el segundo estudio que exige Migraciones para entrar al país. Residente en la provincia de Buenos Aires, sabía que tenía por delante la engorrosa tarea de hospedarse en un hotel durante 4 noches a la espera de un tercer PCR que lo confirme libre de Covid-19 y así poder reencontrarse con la familia.

La tarde lluviosa lo encontró recorriendo hoteles por el sur del Gran Buenos Aires acompañado por su mujer, que había ido a recibirlo y que, paradójicamente, en ese trayecto se exponía al posible contagio. Visitó 3 hoteles y no consiguió habitación. Harto y cansado, se fue hacia su casa, donde se reencontró con los hijos. Desde allí, preocupado por cumplir con las normas, intentó durante horas comunicarse con las autoridades sanitarias bonaerenses para informar su situación. Cuando finalmente lo logró, ya entrada la noche, desde la Provincia lo amenazaron con multas y causas judiciales si no se instalaba rápidamente en un hotel a transcurrir su cuarentena y le enviaron un listado de establecimientos donde podría quedarse. Finalmente, el destino posible fue La Plata, a más de una hora de viaje desde su casa.

A Eduardo le pareció todo absurdo, ya había tomado contacto con media docena de personas desde que llegó, estaba aislado en su casa donde podría hacer cómoda y económicamente su cuarentena, pero respetuoso al fin de las normas, viajó de noche, solo, en remis -con riesgo de contagio mediante-, hasta su modesta habitación, por la que debió pagar 8 mil pesos por día.

Finalmente instalado en su cuarto, de mal humor, cansado y molesto por lo que entendió como una arbitrariedad sin sentido, prefirió pensar que estaba haciendo lo que correspondía y trató de calmarse.

Contrastes

Aislamiento en hotel y multitudes en la tribuna, a la misma hora y en el mismo país

La noche estaba encaminada hasta que prendió el televisor de su habitación, dispuesto a ver el segundo tiempo del partido de la selección contra Bolivia por las eliminatorias, y fue en ese momento que el malestar se volvió indignación e impotencia. Miles de personas abrazadas y a los gritos se amontonaban en las tribunas del Monumental como si la pandemia no existiera, ante la mirada impávida del Gobierno y la sociedad en su conjunto que, esquizofrénica, aceptaba un doble estándar inadmisible para cualquiera que lo mirara con alguna distancia.

Con ganas de romper el televisor o abandonar su cuarto de hotel rumbo al encuentro definitivo con su familia, finalmente canalizó su malestar compartiendo algunas preguntas con sus amigos a través de las redes:

¿Cómo explica Kicillof que yo tenga que estar acá mientras miles de personas gritan y se abrazan juntas? ¿Nadie lo ve? ¿Yo soy un riesgo epidemiológico y 30 mil personas juntas en la cancha no lo son? ¿Mi amigo varado en desde hace dos meses en el exterior es un riesgo epidemiológico y el partido no?

No se trata, dice Eduardo, de que la gente no vaya a la cancha si el riesgo es bajo, se trata de que alguien explique el doble estándar, la duplicidad con la que fijan sus políticas. Será que realmente creen que si voy a mi casa pongo en riesgo la salud argentina o será que el Gobierno está manteniendo estas medidas para desalentar a los argentinos que se quieren ir del país, frenar la salida de personas y de divisas, y mantenernos fronteras adentro, se interroga y comparte con sus dudas con amigos.

Las respuestas no abundan, pero tres PCR, cuatro noches de aislamiento en un hotel y seguimiento telefónico muestran un control epidemiológico extremadamente celoso, que contrasta demasiado con las imágenes que el televisor llevó a todo el país en la noche del jueves, y que indignaron a Eduardo en su modesto cuarto de un hotel bonaerense.