Bitácora de la Pandemia – Día 7


Séptimo día de aislamiento. 589 infectados. 12 muertos

Las crónicas de las pandemias deben haber sido siempre así, lo que ayer era mucho hoy es poco, y será poco mañana lo que hoy nos abruma.

En Argentina hoy murieron cuatro personas por el coronavirus. Dos más que ayer y cuatro veces más que el martes. Si uno mira el gráfico de víctimas fatales puede ver como la curva se contradice a sí misma y se muestra recta, alzándose hacia el cielo con vigor. Si esa es la tendencia que marca el futuro, la cuarentena habrá sido impotente y el escenario será el peor de los posibles: habremos hundido más aún la economía hasta hacerla descender al peor de los infiernos, sin el consuelo de haber salvado vidas.

Confiemos en que no, en que los datos están atrasados, que los efectos del aislamiento social demoran en exhibir resultados, y que esa vertical amenazante caerá doblegada para volver a ser la horizontal que anhelamos.

El mundo también trajo malas noticias. Hoy los contagios a nivel global superaron la barrera del medio millón y los muertos orillan los 25 mil. Estados Unidos se convirtió esta tarde en el país con más infectados del planeta (sí, más que China) y las cifras de Italia y España no dan respiro. Ambos se mantienen por encima de los seiscientos muertos sin que caigan los contagios.

Van siete días, el país está de cabeza y la vida, trastocada. Todas las fronteras se cerraron definitivamente, hay que pedirle permiso al Gobierno para salir de casa, no se puede cobrar y dan permiso para no pagar, no se produce, no se vende, no se enseña y no se aprende. Tampoco se saluda, ni se toma mate. No se visita, no se abraza, no se va al médico, no se casa, no se opera, y no se velan a los muertos.

Si es verdad que somos lo que hacemos, ya casi no somos, por lo menos no lo que éramos hasta hace poco.

La esperanza, en pequeñísimas dosis, llegó hoy de la mano de las estudios que se expanden -a los que se sumó la Argentina- para utilizar hidroxicloroquina con el fin de aliviar los síntomas de los pacientes infectados. En el marco de una iniciativa global, en el Hospital Posadas comenzarán a suministrarles ese medicamento, que se emplea para combatir la malaria, a pacientes con coronavirus.

El riesgo que acecha

Hoy los accesos a la Ciudad de Buenos Aires volvieron a estar cargados por los controles de las fuerzas de seguridad, que mantienen cerrados decenas de accesos, pero se sintió menos que ayer. El riesgo sigue acechando en los barrios más humildes del Gran Buenos Aires, donde permanecer dentro de la casa para toda una familia en algunos casos puede ser materialmente imposible, donde se cortó la circulación de dinero y no hay reservas para aguantar.

Si los varios cientos de mensajes que recibe InfoRegión a través de su canal de Whatsapp cada día fueran un indicador de lo que realmente pasa en el conurbano, podríamos decir que hay tres temas excluyentes que preocupan a la población: la falta de dinero y por consiguiente de comida, la carrera desbocada de los precios de los alimentos básicos en los comercios de cercanías, y el desparejo cumplimiento de la cuarentena en el interior oculto de los barrios, asociada siempre a la falta de presencia del Estado. El 134 y el 911 no contestan, la policía no se ve, y los inspectores para frenar el abuso de precios de los comerciantes no existen. Eso dicen los mensajes.

Con extrema racionalidad, lo que se demanda es acceso a la comida, preservación de la salud y mantenimiento del orden legal.

Alguien en el Gobierno debe haber tomado nota de esto porque hoy se confirmó que La Matanza recibirá en las próximas horas un contingente militar para brindar asistencia alimentaria y asistir a las fuerzas de seguridad en la tarea de evitar los desbordes.

En pocas palabras, se teme que la prolongación de la cuarentena, que informalmente se anunció hoy hasta mediados de abril, agrave el dramático cuadro social del conurbano y eso detone lo que (no) nos falta: un estallido social.