Adiós Osvaldo


Mércuri y Arcuri cuando compartían responsabilidades y militancia en la gobernación de Eduardo Duhalde.

Qué difícil se hace expresar en palabras los sentimientos cuando toca despedir a un amigo. En medio de una pandemia que no da tregua cae como un balde de agua fría la noticia de la muerte por Covid-19 de Osvaldo Mércuri, un compañero con el que hemos trajinado los últimos cuarenta años de la vida política y un entrañable ser humano al que vamos a extrañar profundamente.

Osvaldo era -lo menciono en pasado y no lo puedo creer- de esos militantes que dejan huella por donde transitan. Dueño de una vocación peronista como pocas, supo agregar a su capacidad natural una voluntad de trabajo colosal, tan potente que lo llevó a ser una pieza vital de la política bonaerense a lo largo de muchos años.

Desde el llano, desde la presidencia de la Cámara de Diputados de la Provincia o desde el lugar que le tocase ocupar, este lomense profundamente enamorado de su pueblo, demostró que la política cuando se ejerce con compromiso, lealtad y sentido social es una herramienta fundamental para torcer el destino y encontrar caminos de progreso y bienestar.

Quienes hayan transitado los pasillos de la Legislatura cuando Osvaldo estuvo al frente de la Cámara Baja provincial no me dejarán mentir: fue el hombre que desde la vuelta de la Democracia mejor construyó caminos de consenso político, aún en aquellos temas o asuntos en los que naturalmente afloraban discrepancias y miradas divergentes.

Convencido de que en política vale más un acuerdo, en el que todos deban ceder parte de su razón, a mil batallas improductivas e inconducentes, hizo de la negociación el arte de lo posible y no hay un solo dirigente que puede decir que Osvaldo Mércuri alguna vez incumplió su palabra o violó un acuerdo.

Se fue un compañero de lucha y un amigo cabal. Tu paso por esta tierra no fue en vano querido Osvaldo. Siempre te vamos a recordar con esa sonrisa y esa vocación por defender las ideas del peronismo y a los bonaerenses.