Juicio Brigadas: Declaró el nieto restituido Esteban Badell Acosta

Contó el momento del secuestro de sus padres y su vida con un tío político a quien fue entregado él y su hermana, que contemplaba "mlatrato, golpes y humillaciones".

El Juicio Brigada se reanudó este martes con la declaración del nieto restituido Esteban Badell Acosta, quien dió detalles del secuestro de sus padres (María Eliana Acosta Velasco y Esteban Benito Badell) y la entrega (junto a su hermana) a un tío político. Relató los maltratos sufridos hasta reencontrarse con su familia chilena, de donde era oiunda su madre. También se escucharon las palabras del sobreviviente Miguel Hernández.

Esteban Badell Acosta es hijo de María Eliana Acosta Velasco y Esteban Benito Badell, ambos militantes del PRT-ERP. Sus padres fueron secuestrados el 28 de septiembre de 1976 en City Bell, partido de La Plata. “Escuché que le preguntaban a mi papá dónde estaban las armas. Se lo llevaron y con mi hermana (Paula Badell) nos quedamos con una señora que estaba en la casa (Angélica). Al otro día, nos lleva a la casa de un tío”, explicó ante el Tribunal Oral Federal 1 de La Plata, que juzga a represores por delitos de lesa humanidad cometidos en los centros clandestinos de detención y exterminio conocidos como el Pozo de Banfield, el de Quilmes y El Invierno de Avellaneda.

Su tío Julio Badell también fue secuestrado y al poco tiempo de la detención ilegal de sus padres, se enteró de su muerte. “Escuchamos que a Julio Badell, hermano de mi papá, también policía, había sido secuestrado. Lo entregaron muerto, lo tiraron de un tercer piso. Al tiempo entregan a mi papá, también murió, creo que en Arana”, precisó, y continuó: “Mi papá era una persona muy querida, en la familia y en general. Yo creo que mi tío (Darío Rojas) le tenía estima y en el velatorio se quiebra frente al cajón y dijo ´me cagaron, me prometieron que lo iban a entregar vivo´. Ahí, la familia tuvo la primera duda frente a esta situación”. “A la semana me fui caminando con uno de mis primos, que era hijo de él, a la casa donde había ocurrido el secuestro. Había algunos familiares repartiendose los muebles y estaba este tío, con otro que también era policía, quemando los libros. Pude rescatar El Principito. Me dijeron que me fuera. Ya ahí me di cuenta que nos los iba a volver a ver”, dijo con la voz quebrada.

Tanto él como su hermana terminaron viviendo con Rojas en la casa del secuestro. Comenzó a tener pesadillas, a las que describió como “alucinaciones”. “Los muebles se me tiraban encima, me despertaba rodeado de sombras humanas que murmuraban y se me caían encima. La primera vez me retaron, a la segunda y tercera empezaron los golpes”, recordó.

“Éramos discriminados, nos dejaron durmiendo debajo de la mesa del comedor con un par de frazadas, así estuvismo dos años. Empezó el maltrato, golpes y humillaciones por parte de esta tía (pareja de Rojas), que era hermana de mi papá. Creo que fue un proceso de venganza hacia mi madre porque siempre me decía, cuando me pegaba, ´esa peronista subversiva, esa puta de mierda´… La familia culpó a mi mamá de lo que había ocurrido, lo constato cuando llego a vivir a Chile encuentro una carta que intercambió mi abuela con Darío Rojas y él dice que se iba a hacer cargo de nuestra educación, que había prometido educarnos cristianamente y con buenas costumbres y que las ideas de mi mamá habían hecho que mataran a Julio y Esteban. Creo que esa idea pregonó en la familia”, reflexionó.

“Lo único que queríamos era irnos a Chile”, admitió el hombre, y precisó: “En diciembre de 1976 llega una amiga de mi mamá a ver cómo estábamos y la situación para poder retirarnos y llevarnos a Chile. La vimos y nos ilusionamos pero no apareció más, cuando llegamos a Chile nos enteramos que fue amenazada por este tío. En 1978 mi abuelo viajó para ir a buscarnos, estuvo dos o tres días en la Argentina, pero de un día para el otro también desapareció. Efectivamente lo habían amenazado”. “La desesperanza de poder salir de esa casa era cada vez mayor, nos empezamos a resignar. Esta persona tenía la tarea de negar la familia chilena, nos mandaban cartas y nunca nos informaron. Nos sentíamos totalmente abandonados, tratando se sobrevivir y entender un poco lo que estaba sucediendo”, apuntó.

En el marco de los maltratos, los dos nenes eran golpeados salvajemente y discriminados. “Nos pegaban con palos, correa, zapatos, la mano. Se fue generando una dinámica, porque nosotros éramos poca cosa y no teníamos mucho valor dentro de la familia, todos sentían el derecho de poder pegarnos. No podíamos comer lo mismo que comían ellos, comida añeja, antes o después de la familia; sin embargo, en fiestas se daba una imagen de familia feliz y así si podíamos estar en la mesa y comíamos lo mismo”. Él estaba a cargo de las tareas de mantenimiento del jardín y la casa, comentó. Si quería salir, primero debía cumplir con eso.

Hizo hincapié en otro momento en el que notó algo extraño. “Este señor llega, un día, con un bebé envuelto en una manta. la señora gritaba que se lo deje en la casa, que ella lo quería; el tipo se enoja, le saca el bebé y le dice ´este bebé no, si quieres un bebé vamos a buscar otro´. Me pareció extraño. Empecé a preguntarle a mi otro primo policía porque a los 12 años entendía que detrás de lo que había ocurrido, había una situación política, había una dictadura. Como este señor empezó a ascender, cada vez que se cambiaba de comisaría o destacamento, llevaba sus cajas a la casa y estaban ahí un tiempo. Empecé a buscar y encontré un informe, de mi mamá nada, donde hablaba de la militancia de todos los familiares chilenos (socialistas), incluso se hablaba sobre la sospecha de que mi tío podía perpener a la brigadas rojas italianas y se podían detener”, señaló.

“Algo tenía que ver esta persona, ahí me hizo un click, porque yo no entendía si no nos querían y les molestábamos tanto, por qué no nos dejaban ir, habían asumido la responsabilidad de reeducarnos. Íbamos a las comisarías, como a jugar, pero un día en Ranelagh había un oficial que no nos dejó entrar. Nos pareció extraño, me metí y vi que tenían una persona atada a una mesa, con una radio fuerte y un motor. ¿Qué hicieron? No lo sé”, recordó Badell, describiendo la situación de tortura relatada por muchos sobrevivientes.

En ese marco, admitió: “A los 14 años decido saber sobre mi mamá, empecé a creer en la fantasía de que a lo mejor mi mamá estaba viva o se volvió loca y se olvidó quien era, que podía llegar de repente a la casa. Decido enfrentarlo y el tipo me mira y me dice ´soy policía, sólo cumplí órdenes´. Le dije que lo tendría que haber metido preso (al padre), pero me dijo que eso él no lo decidía. De mi mamá me dijo que no sabía nada pero iba a averiguar. Si me dijo, mi primo, que estaba muerta. Me dijo que murió en Arana, la habían quemado entre neumáticos. Mi tío me dice que murió en Quilmes y la tiraron a una fosa común”. Recordó, asimismo, que el primer certificado decía que murió en un “enfrentamiento”, pero el último dice “muerte por ahorcadura” e intervino la Brigada de Intervenciones de Quilmes.

Finalmente, se fueron a vivir con los abuelos a Chile. En 1986 los jóvenes pudieron encontrarse con su abuelo materno que vivía en Chile, siempre había reclamado por ellos desde ese país. 

Más tarde declaró Miguel Hernández, sobreviviente. Fue secuestrado el 12 de mayo de 1975 en Florencio Varela. “Fui seceustrado por varias personas, en horas de la madrugada”, comenzó diciendo en su relato. Fue trasladado al Pozo de Banfield. “Cuando llego al pozo empezaron el interrogatorio, golpiza, querían saber qué relación yo tenía con un partido de ese momento, proscripto, que hacía y para sacarme información me llevaron a un cuarto y empezaron la sesión de electricidad por todo el cuerpo”, comentó.

En la vivienda, tras el secuestro, fueron dejados solos sus dos pequeños hijos, Gustavo y Gabriela, que no llegaban a los 4 años. Fueron entregados a vecinos, quienes se contactaron con la madre de Hernández.

Las torturas en el Pozo se extendieron por una semana y había un médico que constataba que su vida no corriera riesgo. “Se escuchaban los gritos de otros detenidos”, remarcó, aludiendo a la tortura psicológica a la que era sometido. Finalmente, fue trasladado a Sierra Chica y luego puesto en libertad.

El Tribunal Oral Federal (TOF) 1 de La Plata, que está integrado por Walter Venditti, Esteban Rodríguez Eggers y Ricardo Basilico, continuó este martes con el proceso que juzga 18 represores, entre ellos a Miguel Etchecolatz y el ex médico policial Jorge Berges por las torturas, homicidios y ocultamiento de menores en perjuicio de casi 500 víctimas alojadas en tres centros clandestinos de detención durante la última dictadura cívico-militar.

Son juzgados, por los delitos cometidos en el Pozo de Banfield y el Pozo de Quilmes, el ex ministro de Gobierno bonaerense durante la dictadura, Jaime Smart; el ex director de Investigaciones de la Policía bonaerense, Miguel Etchecolatz; el ex médico policial Jorge Antonio Berges; Federico Minicucci; Carlos Maria Romero Pavón, Roberto Balmaceda y Jorge Di Pasquale. También son juzgados Guillermo Domínguez Matheu; Ricardo Fernández; Carlos Fontana; Emilio Herrero Anzorena; Carlos Hidalgo Garzón; Antonio Simón; Enrique Barré; Eduardo Samuel de Lío y Alberto Condiotti. Por los crímenes de lesa humanidad cometidos en “El Infierno” también están imputados Etchecolatz, Berges y Smart y el ex policía Miguel Angel Ferreyro.

EL JUICIO

El juicio comenzó el 27 de octubre del año pasado. El Tribunal Oral Federal (TOF) 1 de La Plata -integrado por Walter Venditti, Esteban Rodríguez Eggers y Ricardo Basilico- juzga a 18 represores, entre ellos Etchecolatz, Juan Miguel Wolk y el médico policial Jorge Berges, por cerca de 500 delitos de lesa humanidad cometidos en los centros clandestinos de tortura, detención y extermino conocidos como el Pozo de Banfield, el de Quilmes y El Infierno de Avellaneda.

En la segunda audiencia, el represor Miguel Etchecolatz se negó a ser indagado por un tribunal civil. “Necesito que me interroguen los jueces que estaban en ejercicio de sus funciones en ese momento; es decir la justicia militar”, sostuvo. “Sigue sosteniendo la teoría de los dos demonios”, advirtieron desde HIJOS Lomas de Zamora.

En la tercera, se transmitió el testimonio grabado de Adriana Calvo y Cristina Gioglio, sobrevivientes de la dictadura que también fallecieron; en la cuarta se escuchó el desgarrador relato de Nilda Eloy.

El 24 de noviembre, en el marco de la quinta jornada, el represor Ricardo Fernández -imputado del secuestro de 350 personas, cuatro homicidios, dos abusos sexuales y la sustracción de seis menores- se negó a ser indagado por la Justicia federal de La Plata. “No tengo nada que declarar”, dijo Fernández vestido con un pijama azul, ya que cumple prisión domiciliaria.

En la audiencia del 1 de diciembre, especialistas del Equipo Argentino de Antropología Forense revelaron que hay más de un centenar de cuerpos enterrados como NN que no se pudo identificar, por lo que pidieron a personas que buscan familiares desaparecidos de esa época que concurran a extraerse muestras de sangre.

Más tarde, María Isabel Chorobik de Mariani, conocida como “Chicha” y fallecida en el 2018 sin haber podido reencontrarse con su nieta Clara Anahí, apropiada en 1976, volvió a dar testimonio de su lucha a través de un video.

En el marco de la octava audiencia, se escuchó la declaración testimonial de contexto de la historiadora e investigadora del Conicet Victoria Basualdo, sobre la participación empresarial durante la última dictadura cívico-militar. “Hay casos concretos donde las empresas acompañaron y fueron co-responsables de los procesos represivos”, advirtió.

El periodista Horacio Verbitsky dio detalles, el siguiente martes, sobre la responsabilidad empresaria en los secuestros de trabajadores de la fábrica de calefones Saiar, de Quilmes, durante la última dictadura cívico militar. Habló sobre la responsabilidad de la patronal en el secuestro de trabajadores. Esta información fue investigada por el periodista, que escribió una nota al respecto hace 29 años y luego incluyó esa información en un libro, titulado “Cuentas Pendientes”, que aborda el tema de la complicidad empresarial con el terrorismo de Estado.

En la décima jornada se escucharon las declaraciones de contexto de María Sondereguer y Alejandra Paolini, sobre violencia de género en el Terrorismo de Estado. 

En la audiencia siguiente, en tanto, se expusieron las pericias realizadas en El Infierno de Avellaneda.

En la duodécima audiencia, el Tribunal Oral Federal 1 de La Plata escuchó el testimonio de Laura Franchi, sobreviviente, y sus hijas María Laura y Silvina Stirnemann. Ella estuvo detenida en el Pozo de Banfield durante los años de plomo pero luego fue trasladada a un penal. “Un médico me tomaba el pulso y decía lo que había que hacer y lo que no había que hacer (durante las torturas)”, recordó. Su pareja fue asesinada y permaneció en condición de desaparecido hasta 1994, cuando sus restos fueron hallados en el cementerio de Lomas de Zamora.

En la reanudación del juicio, el 2 de febrero, fue Stella Segado quien expuso sobre el funcionamiento y la estructura de la inteligencia de la última dictadura y detalló las particularidades de ese entramado en territorio bonaerense, donde funcionaron los tres centros clandestinos de detención y exterminio de Lomas de Zamora, Quilmes y Avellaneda.

La audiencia 14 contó con la palabra de Stella Caloni, quien brindó un testimonio de contexto sobre el entramado represivo latinoamericano del Plan Cóndor.

El 23 de febrero declaró Jorge Nadal, sobreviviente de centros clandestinos de detención y a quien le llevó 30 años recuperar a su hijo apropiado. “El plan sistemático de los genocidas no se conformó con nosotros y fueron por nuestros hijos; a mi hijo Pedro Luis lo busqué 30 años y mi otro hijo, Carlos Alberto, tuvo secuelas en su salud, todo este desquicio derivó en un trastorno psiquiátrico”, relató Nadal.

En la siguiente jornada fue Lidia Biscarte la sobreviviente que declaró y reclamó a la Justicia que sean encarcelados los responsables de tortura, violación y homicidio. “Esto que relato no es una novela, es un dolor muy grande y mis compañeros (de cautiverio) no están para defenderse, por favor, usted está ahí para hacer justicia”, le dijo al titular del Tribunal.

En la audiencia 17 expuso Miguel Angel Prince, caso por la Brigada de Lanús con asiento en Avellaneda durante los días finales de agosto de 1976, pero también los jueces escucharon otro testimonio que no se hizo público.

También declararon el sobreviviente Alejandro Reinhold, María Esther Alonso y los familiares de desaparecidos Eduardo Nachman y Alejandrina Barry.

En la audiencia 19 declararon Nicolás Barrionuevo, delegado gremial de la fábrica Saiar; Oscar Pellejero, miembro del sindicato no docente de la Universidad Nacional de Luján, ambos sobrevivientes de secuestro y torturas; y Sixto García, hermano de Silvano García, delegado gremial de la Federación Argentina de Trabajadores Rurales (FATRE), que está desaparecido.

En la siguiente jornada se escucharon los testimonios de dos víctimas: María Ester Alonso Morales, hija de Jacinto Alonso Saborido y de Delfina Morales, nacida en cautiverio, y Raúl Marciano (ex detenido desaparecido que pasó por el Pozo de Banfield).

En la audiencia 21, en tanto, declararon Stella Maris Soria, hija de Miguel Ángel Soria; Norma Soria, hermana del delegado asesinado y la esposa de éste, María Esther Duet. “El 6 de junio de 1976 estaba mirando en televisión La Pantera Rosa, cuando entraron a la casa de mis abuelos buscando a mi papá, que había llegado de trabajar pero había logrado salir por el fondo”, contó Stella Maris.

En la jornada 22 declararon los sobrevivientes Patricia Pozzo, Juan Carlos Stremi y Mario Colonna, quienes que permanecieron en el Pozo de Quilmes durante agosto de 1976. Ella relató cómo fue su secuestro en La Plata, su paso por Arana, el Pozo de Quilmes y El Infierno. Logró salir del país, luego de estar detenida de forma legal en Olmos y Devoto.

En la siguiente jornada continuó el testimonio de Colonna. Se sumaron las declaraciones de los sobrevivientes Virgilio Cesar Medina y Néstor Busso, pero también declaró Eva Romina Benvenuto, hija de detenidos desaparecidos. El intento de suicidio de Medina fue, quizá el momento más dramático de la audiencia.

En la audiencia 24 declararon Leonardo Blanco, sobreviviente; Liliana Canga (hermana de Ernesto Enrique Canga, quien fue asesinado durante la dictadura) y destacó el trabajo del Equipo de Antropología Forense (los restos de su hermano fueron recuperados de una tumba N.N. de La Plata). También declaró Marcos Alegría, sobreviviente, quien contó su escape de Chile por la represión y el secuestro por luchar por mejoras laborales en la industria Saiar de Quilmes.

El siguiente martes fue el turno de Pablo Díaz, quien hizo foco en la violencia sexual a la que eran sometidas las mujeres y el tratamiento como mercancía de las embarazadas. Él fue secuestrado durante los operativos enmarcados en La Noche de los Lápices y relató los tormentos sufridos: picana eléctrica, tenazas y golpes. Pidió que los represores no sean beneficiados con la prisión domiciliaria y bregó porque la Justicia no se demore otros 37 años.

La audiencia 26 contó con los testimonios de Nora y Marta Úngaro, la primera estuvo secuestrada durante los años de plomo y ambas son hermanas de Horacio, quien continúa desaparecido. También se escuchó la primera parte del testimonio de Walter Docters. “Uno se ahogaba en sus propios gritos”, aseguró Nora, recordando las sesiones de tortura, que no impedían que los represores abusaran de las mujeres. “Me llegaba la sangre a los tobillos y aún así te venía a manosear”, precisó. “Su condición de mujer era un bien de uso para los asesinos”, apuntó Docters.

La siguiente jornada continuó con la declaración Docters. También prestó declaración Delia Giovanola, una de las fundadoras de Abuelas de Plaza de Mayo, quien buscó durante 39 años a su nieto. Su hijo Jorge Ogando y su nuera Stella Montesano fueron secuestrados el 16 de octubre de 1976 en La Plata, tuvo que hacerse cargo de la crianza de la hija de ambos y emprendió la búsqueda de ellos y del segundo hijo, cuando supo que su nieto había nacido en el Pozo de Banfield. “Martín volvió a su familia cuando tuvo 39 años”, señaló.

El martes 25 de mayo no hubo audiencia, pero en la siguiente declararon el nieto restituido Martín Ogando y la sobreviviente de La Noche de los Lápices Emilce Moler. “Te duelen las ausencias, que en mi caso son muchas. Tengo la tranquilidad de haber hecho todo lo posible para la condena social de lo ocurrido, pero te quedan heridas abiertas de nuestros compañeros desaparecidos, por eso seguimos hablando”, aseguró Moler. También prestó testimonio Martín García, hermano de Silvano García, delegado gremial que permanece desaparecido.

La jornada 29 contó con la declaración de dos sobrevivientes, cuyos secuestros tuvieron que ver con su participación gremial. Se trata de Juan Antonio Neme y Jorge Varela, secuestrado junto a otros compañeros en Saiar. “La tortura psicológica más me ha marcado en este tiempo”, admitió Neme, quien presenció la tortura de dos compañeros y “los vuelos de la muerte”.

Melania Servin Benítez, hermana de Santiago Servin; Ricardo López Martín, hermano de Ángela López Martín; y Valeria Gutiérrez Acuña, hija de Liliana Isabel Acuña y Oscar Rómulo Gutiérrez, fueron los tres testigos de la audiencia 30. El pedido de una ley que prohíba el negacionismo, en palabras de la nieta restituida, fue el cierre de la audiencia. “Es doloroso cuando se niega, descalifica… fueron personas con sentimientos, proyectos, ganas de tener una sociedad más justa”, aseguró.

“No tener información certera, te carcome pero la única forma de poder sobrellevar esto es seguir buscando”, aseguró Miguel Santucho, quien busca a un hermano o hermana nacido durante el cautiverio de su madre Cristina Silvia Navajas. También fueron parte de la audiencia 31 María Marta Coley, hija de Manuel Coley Robles, y Clara Fund, hermana de Juan Carlos Fund.

En la audiencia 32 declararon Fabio Acuña, quien era miembro de la Prefectura Naval Argentina cuando fue secuestrados, y Filemón Acuña, quien se desempeñaba en Peugeot al momento de su detención. Ambos dieron cuenta de su paso pos distintos centros clandestinos de detención del sur del Conurbano, entre otros, y su estadía en distintos penales, ya como presos políticos.

En la jornada 33 se escucharon los testimonios del nieto restituido Esteban Badell Acosta, quien dió detalles del secuestro de sus padres (María Eliana Acosta Velasco y Esteban Benito Badell) y la entrega (junto a su hermana) a un tío político, y el sovreviviente Miguel Hernández.

LOS CENTROS CLANDESTINOS DE DETENCIÓN Y EXTERMINIO

El Pozo de Banfield funcionó bajo la órbita de la Brigada de Investigaciones de Banfield en las calles Siciliano y Vernet de Lomas de Zamora, desde 1974 hasta al menos octubre de 1978, según testimonios de los sobrevivientes. De las 253 personas que fueron allí torturadas, 97 permanecen desaparecidas y al menos 16 son mujeres que dieron a luz en la maternidad clandestina.

El Pozo de Quilmes funcionó en la Brigada de Investigaciones de Quilmes. Pasaron por allí 183 víctimas.

El Infierno de Avellaneda fue un centro de detención que funcionó en el lugar que por entonces era la Brigada de Investigaciones de Lanús, dependiente de la Dirección General de Investigaciones que dirigía el genocida Miguel Etchecolatz y funcionaba bajo la órbita del entonces jefe de la Policía bonaerense, Ramón Camps.